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La huelga por Francisco Rodríguez Adrados
De manera que han hundido el país y, en vista de ello y de que la huelga es su única y verdadera especialidad –lo que saben hacer todos desde Felipe González para acá, lo saben–, declaran la huelga. No faltaba más. Se les da muy bien lo de la silicona, los piquetes y demás. Y procuran a los suyos una modesta diversión, sin trabajo y con viajes gratis, bocadillo, etc., y sobre todo con el placer de ver rabiar no ya a sus rivales, sino al pueblo español entero, y de acabar de hundir la economía.
No sé qué clase de democracia es ésta: se puede perder las elecciones, dejar en cese al Gobierno, que al menos se sometía a elecciones, no dejar trabajar al que quiere trabajar y echar a la calle, a divertirse, a quienes tampoco habían sido convocados. A divertirse un rato, si es eso diversión, que luego será todavía peor.
En fin, no sé si mis lectores saben de etimologías, pero «huelga» es la variante castellana de lo que en andaluz es «juerga». Viene de «holgar». ¿No recuerdan el romance del rey Rodrigo, de Fray Luis?:
«Folgaba el rey Rodrigo
Con la hermosa Caba en la ribera»
En la ribera del río Tajo. Pero el río, «sacando el pecho fuera», le amenazó con la tropa mora que venía, el dolor que traía, «la bárbara pujanza»...
No se puede holgar perpetuamente, unir puentes a puentes, formar acueductos y encima, por la decisión de dos señores que los medios nos traen a casa un día sí y otro también, declarar una huelga general, política, ilegal. Venganza por una derrota merecida. No se comprende qué democracia es ésa. Las huelgas se inventaron en la democracia inglesa, tal o cual sindicato se consideraba agraviado y presionaba con la huelga. Se acabó aceptándolo. Pero cuando los sindicatos ingleses se pasaron de rosca, paralizaban el país sólo para demostrar su poder, se encontraron con la Thatcher. Ésta obligó a que los sindicatos pusieran la huelga a votación entre sus miembros. Y se acabaron las huelgas: quiero decir, las huelgas políticas como ésta. Yo creo que llegará un momento en que algún Gobierno se atreverá... Las cuerdas, si se tira mucho, acaban por romperse. Simplemente, cortará las subvenciones que los gobiernos entregan a los sindicatos sólo para ver si se callan, se contentan con unos cuantos actos de arrogancia y luego todo sigue igual. «¡Ah, pero no crea», dirán. «De cuando en cuando conviene que se conozca nuestro poder». Claro que lo conocemos, también sus límites. Y que cualquier poder, cuando se propasa, puede encontrar a alguien que lo pare. Antes o después. Eso es todo. Lean las tragedias griegas.
Me jacto de no haber seguido en toda mi vida una sola de esas huelgas políticas. Por lo demás son humillantes, lo son para el Gobierno, las Cortes españolas, los ciudadanos todos. ¿Es tolerable eso? Que un grupo autonombrado pueda paralizar a un país, humillarnos a todos, a los que hacen la huelga y a quienes la padecen –las padecemos todos–. Antes o después tiene que acabarse con esto.
Tras tantas humillaciones: la corrupción, tanto desmadre de tantos contra los que somos la mayoría, tanto obedecer a nuestros pedagogos europeos, a los que encima tenemos que dar las gracias, vienen todavía esos señores a humillarnos desde dentro, a desprestigiarnos. No, señores de Europa (y de nosotros), esto no es España, ni es siquiera una corriente legítima de opinión. Ya ven quiénes son. Los de siempre.
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