Hollywood
Ese rubio objeto de deseo
Fue utilizada por Hollywood y porlos progresistas de Nueva York
Sólo hubo una Marilyn Monroe y muchas Norma Jeane. «¿Tienes sólo una voz? –le preguntó Marilyn a Susan Strasberg–. ¡Yo tengo todo un comité!». El símbolo sexual se impuso a la persona porque el remedo caricaturesco de la vampiresa que encarnó fue la fantasía más acabada de la mujer atómica de los 50. Una bomba sexual, tan neumática y aerodinámica como un Cadillac «streamline» de la época.
Marilyn nunca pudo librarse del fantasma creado por los Estudios y su afán de emular a la rubia platino Jean Harlow. Fue objeto de deseo y mercancía desde sus primeros pasos en la Fox, que la modeló según las necesidades de producción hasta lanzarla al estrellato con «Niágara» (1953) y consagrarla con «Los caballeros las prefieren rubias» (1953) y «La tentación vive arriba» (1955).
Con el filme de Billy Wilder termina su relación con la Fox y comienza a buscarse. A partir de ese momento, la estrella se traslada a Nueva York, abandona a Joe DiMaggio y se embarca en la transformación de la estrella en actriz apuntándose a clases en el Actor's Studio. En este imperioso cambio de personalidad había un sincero deseo de aprender y convertirse en una actriz dramática, alejándose de la bomba sexual que había construido de forma tan aquilatada que parecía imposible transformase sin destruir a la estrella.
Lo curioso es que Marilyn encontró en el mundo intelectual de Nueva York el reflejo mezquino de Hollywood. Fueron intelectuales que trataron de manipularla por similares intereses económicos, protegiéndola de forma tan paternalista e interesada como los Estudios. El primer error fue abandonarse en manos de la familia de Lee Strasberg, que, a cambio de su asesoramiento y protección, encontró en ella una fuente de ingresos.
El segundo, convertirse en una devota del «método» (Strasberg) que ponía el énfasis en la relación entre interpretación y terapia, buceando en su inconsciente, tan emocionalmente inestable como el de cualquier actor, y someterse a un psicoanálisis interminable. En Inglaterra llegó a psicoanalizarse con Anna Freud.
Muchas máscaras
Sin embargo, ese buceo en su inconsciente la convirtió en una persona más inestable, incrementando su inseguridad que paliaba con su adicción a las pastillas y gran dependencia de la aristocracia progresista neoyorquina.
Su relación con Arthur Miller, a quien admiraba como intelectual y con quien vivió un romance que terminó al día siguiente de su boda, fue otro de los errores de Marilyn. Igual que Di Maggio, Miller se convirtió en otro subrogado paterno, en conflicto con Lee Strasberg y su mujer Paula, que monopolizaban su poder sobre la actriz.
Ella sentía un actitud ambivalente por el personaje de Marilyn. Sabía que la fascinación se fabrica y trataba de librarse de su tiranía, pero sin la máscara de Marilyn dejaba de existir y ponía en peligro su frágil identidad, forjada con los mismos elementos de su creación. Le salvaba su innato sentido del humor. Al hablarle de su perfeccionamiento, le contestó airada a Strasberg: «¿Quién se cree que soy, Marilyn Monroe o algo así?».
«Cuando la gente me mira, lo que quiere es ver a una estrella», repetía Marilyn. Pero para lograr una mayor respetabilidad como actriz necesitaba el prestigio que monopolizaba la izquierda cultural neoyorquina. Su primer proyecto de la nueva Marilyn fue el papel de Cherie, en «Bus Stop» (1956), que mostró hasta qué punto podía fragilizar de forma sutil el papel que la había lanzado a la fama y hacerlo conmovedor: una aptitud natural que elogiaron Hathaway y Billy Wilder. «El Príncipe y la corista» (1957), con el insufrible actor inglés Laurence Olivier, era otra operación de prestigio. Por entonces, Marilyn sabía que tanto Olivier como Arthur Miller y Lee y Paula Strasberg manifestaban con desdén su superioridad intelectual y moral en público. Pese a sentirse despreciada como persona y minusvalorada como actriz, pagó con creces su deslealtad permitiendo que cobraran a precio de oro su asesoramiento. Miller, que no tenía ingresos, estuvo viviendo a costa de ella. Hollywood nunca escondió sus intereses económicos como aquellos mezquinos intelectuales.
Marilyn era problemática, pero no autodestructiva. Su ruptura con los estudios y su independencia formaba parte de un movimiento de actores que buscaban interpretar películas más adecuadas a sus intereses artísticos. Marilyn, además, quería madurar artística y emocionalmente y dotar de sentido a su persona, que era capaz de ser otras muchas pero no ella misma. «Vidas rebeldes» fue el ocaso de esa aventura intelectual neoyorquina. Esa etapa crepuscular es descrita por Truman Capote en una narración magistral de «Plegarias atendidas», donde desnuda a la estrella de oropeles y la muestra con la vivacidad e ingenua extravagancia de Holy Golightlyen en «Desayuno con diamantes», inspirado en ella.
M: «Recuerda, te dije que si alguna vez te preguntan cómo era yo, cómo era en realidad Marilyn Monroe, ¿cómo contestarías esa pregunta?». Y Truman Capote le responde:
T.C.: «Yo diría...».
M: «No te oigo».
T.C.: «Diría que eres una hermosa niña».
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