África

Bogotá

Lista de espera para los viajes solidarios

Ocho de la mañana en un poblado de chozas de madera de un rincón olvidado de Suramérica, en pleno Chaco salteño, la sabana preandina que se extiende bajo la frontera que separa Argentina de Bolivia.

Lista de espera para los viajes solidarios
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n grupo de jóvenes europeos e hispanoamericanos aprovecha el frescor matinal para trabajar en el vertedero en que se ha convertido el patio de la destartalada escuela Cacique Cambaí de la misión (gueto indígena) del mismo nombre. No se trata de cooperantes al uso, sino de integrantes de la iniciativa Vacaciones Solidarias de la Fundación Telefónica.

Miseria, basura, dengue
«Vacaciones, vacaciones no se pueden llamar, prefiero llamarlo experiencia», dice Marcelly Lozano, que ha dejado a sus tres hijos en Bogotá (Colombia) para pasar sus tres semanas de «descanso» entre basura, miseria y mosquitos que pueden contagiar el dengue. Una grave enfermedad que supone un verdadero problema epidemiológico en países como Argentina y Bolivia, y que cada vez se desplaza más al sur, incluso hasta Buenos Aires.

«Se trata de enseñar a los miembros de esta comunidad que la limpieza y el orden son fundamentales para evitar las infecciones» por la picadura de unos mosquitos que aprovechan cualquier charco o lata abierta para poner sus huevos, algo que abunda por aquí. Para ello cuentan con el asesoramiento de la Fundación Tercer Milenio, una ONG local, y la Fundación Proniño –otra iniciativa de Telefónica también presente en Tartagal–, que ayuda a erradicar la lacra de la explotación infantil.

Para darle utilidad a una higiene básica que «los indígenas no asimilan, por su cultura», estos peculiares cooperantes convierten los «vertederos» que salpican las misiones en flamantes huertos que los locales se encargarán de mantener. Un grupo variopinto con once voluntarios de España, Argentina, Reino Unido, Guatemala o Chequia forma parte de uno de los ocho programas solidarios que la Fundación desarrolla en siete países iberoamericanos.

«Tú indicas qué fechas quieres y ellos te asignan el viaje», asegura la madrileña Elena Pérez. Como ella, la mayoría de los voluntarios que «sacrifican» su paréntesis estival son solteros o no tienen hijos. Cerca de un 10 por ciento de los 250.000 empleados de Telefónica participa de un modo u otro en las acciones de la Fundación. Viajar es el mayor anhelo de muchos. La compañía cubre los gastos del traslado y el alojamiento. «¿Moda?, no sé si es una moda, pero hay bofetadas» para conseguir alguna de las cien plazas que ofrece Telefónica, cada verano, desde hace seis años. Se nota que Ócar Alonso, también empleado de Telefónica en la capital, disfruta cada segundo de la experiencia. Lo mismo se deja perseguir por los pequeños del colegio, o regatea el precio de los artículos de artesanía de etnia wichi que elaboran sus madres, que coge la azada y arregla un huerto bajo un sol de justicia. O coloca una trampa para mosquitos; junto con la droga, el peor enemigo de los guetos.


Peligro, zonade secuestros
En los últimos años, medio centenar de españoles han sido víctimas de un rapto cuando colaboraban con alguna ONG en labores humanitarias en África o Suramérica. Zonas selváticas de Colombia y países con fuerte presencia guerrillera como Mauritania, Somalia o Sierra Leona son los puntos más peligrosos para los cooperantes. Fuentes de una importante ONG aseguran a este periódico que «la moda» del voluntario ocasional «supone un peligro para ellos mismos y para los demás». «Se compran la ropa en Coronel tapioca, se ponen tres vacunas y ya creen estar preparados para cualquier cosa». Al peligro de secuestro se une la posibilidad de sufrir un accidente, perderse o ser víctima de un robo o asalto. «Las ONG de ayuda directa proliferan, pero muchas no dan suficiente importancia a la seguridad que proporciona una organización grande y con experiencia», aseguran.