España
Quince años liberado
Llevan gran parte de su vida laboral como sindicalistas en empresas privadas y sin ejercer su oficio. Defienden su trabajo, aunque reconocen que hay algunos que se aprovechan
Mikel madruga en su casa a las afueras de Madrid, coge el Fiat Panda, llega a su oficina en Iberdrola, ficha, enciende el ordenador, abre su correo y... le saltan los mensajes de sus compañeros que le piden ayuda para solucionar sus problemas laborales. Es lo que tiene ser liberado sindical. Son los protagonistas de la semana, los más envidiados y también odiados por gran parte de los trabajadores. Por eso cuando Mikel se presenta, su primera frase casi resulta inevitable: «A ver qué vas a escribir después».
Sin embargo, con mucha precaución, tanto Mikel como Vicente se prestan para hablar de su trabajo. Son conscientes de que todo lo que digan podrá ser usado en su contra. Ambos son liberados sindicales, vale, pero «no el sindicalista tipo que se está viendo estos días en los medios: no soy ni un ‘‘jeta'' ni un vago, soy un tipo honesto, un trabajador que hace lo que tiene que hacer y, que por supuesto, no soy perfecto», se describe Mikel, con la conciencia de quien ya ha perdido la batalla de la imagen ante el resto de la sociedad.
Orgullosos de ser sindicalistas
Casi todo el mundo (o todos realmente, menos los sindicalistas y algunos compañeros) se imagina que ser liberado sindical es haber logrado el trabajo del siglo, solamente comparable a que te toque la lotería: vas a trabajar, te pagan a fin de mes, no te puedan echar y lo mejor, que es no parece que haya que esforzarse mucho. Además, tienes cierto poder, eres respetado por la empresa y posees algún margen de decisión. ¿Qué más se puede pedir?
Para muchos es casi irreal que exista alguien que viva así en estos tiempos de crisis. «Yo soy liberado sindical y lo digo, no tengo ningún problema. Me siento muy orgulloso», dice Vicente, de Comisiones Obreras, que en los últimos 15 ha sido liberado sindical en la multinacional Maesa. Entró a trabajar en 1974, cuatro años después ya formaba parte del comité de empresa. Más tarde llegó a ser liberado, como si su camino de sindicalista estuviera escrito de antes. Desde ese tiempo no ejerce en su primer trabajo: control de calidad.
Mikel se presenta con su hija Ruth, de tres años, que quiere cumplir cuatro para ser ya una persona mayor. La mujer de Mikel está trabajando y él la tiene que cuidar nada más salir de la oficina de Iberdrola. Quien espere a un sindicalista barbudo y con el físico moldeado por los años sentado en una silla reflexionando sobre lo lento que es el devenir de la vida, se encuentra de repente con un tipo delgado, de 43 años, que de sus 20 años en Iberdrola, los últimos 14 ha sido un liberado. Habla en presente y dice que su profesión es maestro industrial y frente a todo pronóstico, no se considera un tipo con suerte: «Yo ficho cuando llego a la oficina y también cuando salgo. Entró a las 7:30 y tenemos jornada intensiva hasta las 15:00, pero muchos días me dan las nueve de la noche y sigo ahí trabajando como cualquier otro trabajador».
«Imagen de lacra apestosa»
¿Como cualquier otro trabajador? No sufre el estrés diario, no vive la presión de un jefe incordiando o de un posible despido por unos míseros 20 días. «Pero estoy aquí para cualquier problema de un afiliado o un trabajador: falta de equipación o traslado, rotaciones, riesgos laborales. Trabajo en un local asignado, aunque en una empresa tan grande como Iberdrola te mueves por toda España y te enfrentas a cualquier tipo de situación. Desde negociar un convenio, hasta ayudar al traslado de un trabajador que tiene un hijo con asma y necesita cambiar de ambiente para que su hijo crezca sano». Mikel tiene una lista de agravios que quiere que recojan los medios. Necesita intentar limpiar la imagen «apestosa, de lacra», que, reconoce, tienen los medios y gran parte de la sociedad de los liberados: «Hago tantas horas o más que cualquiera. La gente tiene el concepto de que somos vividores, pero la realidad es que nos faltan personas que quieran hacer lo que yo hago. De mi promoción, todos mis compañeros tienen más salario y mejor puesto. Ellos han ido avanzando y yo sigo cobrando lo mismo porque decidí hacer esto. Es evidente que necesitas tener ganas de dedicarte a los demás porque un trabajo así daña en tu vida familiar: en tu matrimonio, en tratar con los hijos. Yo a mi hija la veo una semana al mes, porque he tenido que viajar durante el resto de días. No, no es algo gratificante».
Mikel sabe de lo que habla. Como casi todos los trabajadores asalariados en España ha vivido fusiones, EREs, problemas laborales. Pero con una diferencia: él, junto a otros compañeros sindicalistas, ha tenido que decidir sobre esos asunto. A Mikel no le van a engañar, que ya sabe lo que hay en el mundo de los sindicatos: «Claro que existen afiliados y liberados que tienen carta para hacer lo que quieran, para los que vale todo. Es verdad que a un trabajador irresponsable, que no cumple, que se ha saltado el horario, pero que por estar afiliado a un gran sindicato, se le permite casi todo. Yo intento proteger a esa persona, reciclarlo, convenzo a la empresa para que no le despida, pero le intento explicar que la vida no es así, que nos están pagando por una productividad».
O sea, que sí hay privilegios: «Si algún sindicato a quien alguien ha dado mano libre se comporta así, pues que se regule. Nosotros tenemos falta de gente. En todos los sitio cuecen habas y puede haber un 20% de personas que no hagan lo que deben, como hay en todas las profesiones en este país, pero lo tiene que limpiar a quien corresponda, no es asunto nuestro ni podemos pagar todos». Mikel es de USO y habla con la libertad que le da estar en un sindicato pequeño. Vicente, desde Comisiones Obreras, es más prudente, aunque también hay algo que no le huele bien: «Cuando el río suena... No sé cómo funcionan las administraciones públicas, pero en la empresa privada todo está muy regulado. En nuestro comité de empresa éramos 13 y como se ha reducido el número de trabajadores, tendremos que reducir el número de miembros del comité a nueve. Aquí no se puede no trabajar».
Ellos son los «conseguidores». Todo el que tiene un problema se acerca a ellos. Desde una nómina no cobrada o un pantalón de trabajo que se ha roto y hay que pedir, hasta un montón de asuntos o comisiones que no parecen nada apasionantes: comisión de control, comisión de valoración de puestos de trabajo, de asuntos sociales, de convenio, económica, laboral. Da la impresión de que parte de su vida se la pasan de un lado para otro y de reunión en reunión.
Su problema llega cuando el resto de los empleados no los ven como una ayuda, sino como alguien que sólo se reúne o como una amenaza porque tienen poder. «Los compañeros te tienen que ver como un amigo, una persona fácil, no como una persona con su poder, su sillón y que está de acuerdo con la empresa», cuenta Mikel. Y la empresa, en cambio, los considera como una china en su trabajo. Un mal necesario. «El trato con la empresa es muy directo, muy campechano y muy abierto», cuenta Mikel. «Nosotros no tenemos ningún conflicto», afirma Vicente.
Soluciones positivas
Tampoco pueden decir otra cosa, pero no sueltan un discurso incendiario que sí oye por otros lugares. Hay una razón: ellos son asalariados de la empresa y pagan su hipoteca de la nómina que reciben. «Yo sé que al final tenemos que buscar una solución positiva, que sirva a todas las partes – cuenta Vicente–, aquí no hay lugar a enfrentamientos y siempre llegamos a un acuerdo». Es como si se hubiesen dado cuenta de que con otro tipo de afirmaciones no se llega a ningún lado, que «ya no estamos en el siglo XX, todos hemos cambiado».
Lo malo, o bueno, es que uno no es liberado hasta el final. Tras 14 años, Mikel piensa que en algún momento tendrá que volver a trabajar. Será el fin de su despacho y también de pelearse por los demás a cambio de casi nada. Tendrá que volver a trabajar de su oficio. ¿Se acordarán? «Esto no es eterno. En la empresa privada las elecciones son cada cuatro años. Si no resuelves problemas, la gente te quita de en medio. Aquí hay competencia como en otro lado y si lo haces mal, fuera», dice Vicente. Tan claro como Mikel: «Yo vivo de la nómina de Iberdrola. Tengo 43 años y si mañana el sindicato me dice que mi tiempo ha terminado, quiero trabajar: no tengo problemas. Todos mis compañeros liberados que dejaron de serlo se han reengachado a la vida laboral. Las empresas ofrecen cursos de adaptación por si ha cambiado mucho el trabajo».
4.127 liberados en españa
Según los cálculos, los 4.127 liberados en España cuestan unos 250 millones de euros. Son personas contratadas, pero que no aportan nada a la producción, porque están fuera del trabajo diario y se dedican a otras cosas.
Los liberados de las empresas privadas hacen otros cálculos. Para ellos ser liberado significa que el resto de miembros del comité de empresa ha decidido prestar sus horas sindicales a uno. Éste suma todas y puede no trabajar. En cambio, el resto del comité sí que se dedica a su trabajo sin interferencias de ningún tipo.
Para los sindicatos, en realidad, esto es un ahorro de tiempo: la empresa sólo pierde a uno de sus trabajadores y, además, tiene una cara reconocible a la que dirigirse. Eso hace más fluida cualquier tipo de negociación.
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