Aragón
El tiempo perdido
A España le sobra ya la campaña electoral. Lo que nos podríamos haber ahorrado hace tiempo si el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, hubiera convocado las elecciones tras el descalabro electoral socialista el pasado 22 de mayo. Pudo haber hecho un último gesto por su país, pero no le dio la gana. Con todas las bolsas europeas fluctuando como un tobogán, Grecia intervenida e Italia a punto de serlo, era el momento para adelantar las elecciones como un último servicio a España, pero a quien menos le interesaba era al propio Rubalcaba y a su comilitante gallego José Blanco. De haberse convocado entonces los comicios generales, España estaría ya con un gobierno fuerte y bien armado para sacarnos a todos de la crisis. De este modo, seguimos en el peor de los contextos posibles y en plena vorágine electoral y sin perspectivas de futuro hasta el próximo 20-N, más los lógicos plazos para formar las Cámaras y el nuevo Ejecutivo. Por si estuviéramos poco muertos estos plazos nos están matando aún más todavía, pero sobre todo a un montón de pequeñas y medianas empresas que apuran la llegada del año en paupérrimas condiciones. El Gobierno no hizo sus deberes cuando podía y debía, no los ha hecho hasta ahora y sigue sin querer hacerlos. El paro sigue aumentando cada día que pasa y el cierre de empresas sigue alcanzando cotas difíciles de imaginar. Hablar de derechos laborales y frenar la caída del empleo en estas condiciones no sólo es un atrevimiento, sino que constituye todo un insulto para los que se ven obligados a bajar la persiana cada día. La senda de la recuperación se antoja difícil, pero lo será todavía más porque nuestro Gobierno está noqueado y se bate en retirada. Ya sólo le interesa aguantar hasta el 20-N, aunque de aquí a entonces veremos empeorar aún más las cosas. Y ya veremos lo que nos encontramos bajo las alfombras, pues no sólo Rubalcaba da todo por perdido, sino también quienes administran este cadáver moribundo al que sólo queda certificar su acta de defunción. Ya lo vimos el pasado 22-M cuando el PSOE perdió contra todo pronóstico en varios de sus feudos históricos. Las deudas que afloraron entonces en Castilla- La Mancha, Cataluña, Aragón y Extremadura superaron los 80.000 millones de euros, 60.000 de los cuales correspondían sólo al ejecutivo del tripartit. Es de suponer que el Gobierno de la nación guarde la debida lealtad institucional que le correspondería para facilitar un tránsito normalizado y de relevo democrático como España se merece, pero también es cierto que allá donde ha gobernado el dispendio ha sido marca de la casa y, por tanto, que nuevos capítulos de gastos no controlados pudieran aparecer. No hay nada peor que un gobierno batido en retirada, que tratará de dejar la peor herencia para allanar otros caminos no resueltos por las urnas, pero eso sólo perjudica a España y a todos los españoles, que deberán hacer frente a las más que probables deudas contraídas estos siete años de alegrías en el gasto. Esperemos igualmente que el Gobierno no se convierta en una agencia de colocación de última hora, como hemos visto con sorpresa en la Junta de Andalucía, pues eso mismo abundaría en la deslealtad institucional que estamos viendo en el capítulo del gasto. En definitiva, España ha perdido más de medio año en normalizarse justo en el peor de los momentos para la economía europea. Un tiempo perdido que nos habría ayudado a todos a enderezar la maltrecha situación de crisis.
Menos mal que llegan las palabras de Rajoy ante tanta zozobra cuando al concluir el debate del cara a cara apeló al espíritu de sacrificio de todos los españoles, porque buena falta nos hará para que en 2012 reiniciemos el camino al que nos ha llevado el peor Gobierno de nuestra historia reciente.
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