Artistas
Gente con subidón
Ha causado no poca sorpresa que la Guardia Civil detuviera a cuatro jóvenes de familia bien de Madrid, en realidad cuatro niñatos mimados de no más de 21 años que entre bostezo y bostezo decidieron crear la banda más pija del país para desvalijar las casas del vecindario. Interrogados por el motivo de sus correrías, con riesgo evidente para sus polos de marca, los jóvenes se sinceraron: «Lo hacíamos por el subidón». A falta de vergüenza, a estos chavales les sobra adrenalina, una hormona que les ponía a cien cuando limpiaban por la noche a los vecinos que saludaban amablemente por el día. Hasta 28 robos llegó a perpetrar la pandilla pija, que luego repartía el botín entre sus amigos, porque en casa de papá ya hay de todo. Alguien debería aclarar por qué ni los padres ni los amigos beneficiarios del botín preguntaron jamás de dónde salía todo aquello. Pero lo que interesa ahora es detenerse en el prestigio que ha adquirido el «subidón», en esa actitud de quienes van sobrados por la vida y no dudan en pasar por encima de normas, leyes y sentencias para sentir cómo la adrenalina corre desbocada por sus venas. Como por ejemplo, esos quebrantahuesos del Metro de Madrid que para sentir de nuevo el subidón sindical, ahogado en colesterol tras seis años de aburrimiento, se han dedicado a reventar a los madrileños durante días. Violentar las leyes y no cumplir los servicios mínimos los puso a cien, con un calentón que no recordaban desde los tiempos mozos. «Lo hicimos por el subidón», podría haber declarado un tal Vicente, un liberado que se creía Lenin asaltando el Palacio de Invierno, si la Guardia Civil lo hubiera interrogado, que motivos había. Y luego está Montilla, un político tan moderado que, como a los pijos de Madrid, jamás se le sospechó inclinaciones perversas. Sin embargo, el presidente catalán ha arremetido con furia de iconoclasta contra el Tribunal Constitucional, el árbitro del partido, para sentir el subidón catalanista, que él necesita en mayores dosis por cuestión de pedigrí. No hay nada como escalar casas ajenas, escupir al trencilla o saltarse las reglas del juego para sentir el latigazo de la adrenalina en la boca del estómago, da lo mismo que seas un pijo ocioso, un sindicalista esclerótico o un gobernante frustrado. La mesura, el respeto a las leyes y el comportamiento cívico ya no tienen prestigio ni beneficio. En un país que boquea en pleno bajón económico, el subidón es una droga al alza entre la gente bien alimentada que no admite límites a sus pretensiones ni obstáculos a sus deseos.
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