Bruselas

Una política de pocos cambios por Inocencio F Arias

La Razón
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Todos los gobiernos españoles de la democracia han tenido algo de adanistas. En uno u otro grado, ellos habían inaugurado nuestra política. Lo anterior no contaba. De entrada, Franco no tenía política exterior, afirmación aventurada donde las haya. Dado el déficit democrático de su régimen y el aislamiento a que fue sometido en sus principios es claro que sí la tenía.
Iniciada la transición, los sucesivos gobiernos han dado con frecuencia a entender que hasta su llegada al poder España iba dando tumbos en la enrarecida atmósfera externa y que ellos, sólo ellos, la han llevado adonde tenía que estar, colocándola en su sitio.
La realidad es que la política exterior ha tenido más pautas constantes de las que admitirían esos innovadores redentoristas, estaban en buena medida en la doctrina de la UCD de Adolfo Suárez. Los ninots cambian; la idea central, menos. Lógico, estamos geográficamente donde estamos y somos una nación democrática dentro la Unión Europea. Las cacareadas rupturas del consenso han sido pronto parcheadas. Calvo Sotelo nos llevó a la OTAN con gran rechinar de dientes y alaridos de la izquierda y, al llegar al poder, el Partido Socialista se cayó del caballo, se convirtió y nos dejó en ella. Aznar se metió en la cama con Estados Unidos en el decidido apoyo político a la intervención en Irak, político porque no envió tropas hasta que terminó y, más tarde, Zapatero –que había hecho travesuras enojosas como no levantarse ante la bandera estadounidense y retirar raudamente las tropas de Irak cuando la presencia de nuestros militares era ya legal–, haría prontas manifestaciones de lealtad a los Estados Unidos, mendigaría una entrevista con Bush que nunca consiguió, mostraría su solidaridad atlántica en la guerra de Libia, en la que España a pesar de los eufemismos de la señora Chacón sí participó, y acabó, oh cielos, cuando otros países sentían remilgos, reabriendo las puertas de Rota a los yanquis para la instalación del escudo antimisiles. Rusia protestaría, como en la época de Calvo Sotelo con la OTAN, y nuestra alianza con Estados Unidos aparecía de nuevo como un puntal de nuestra acción exterior.
La última «ruptura» del consenso es la perpetrada por el tándem Zapatinos sobre el Sáhara. A los gobiernos de la democracia les ha preocupado la estabilidad de Marruecos pero todos habían proclamado sin tapujos que los saharauis debían en un referéndum organizado por Naciones Unidas escoger libremente su destino. Zapatero dio un giro. Puso sordina a la necesidad de la consulta popular y se movió para convencer a los saharauis, con obvia irritación del Polisario y de Argelia, para que se integraran en una autonomía marroquí. Insólito para un partido con la tradición del PSOE, poco antes de su acceso al poder, destacados socialistas se manifestaban en la calle a favor del Polisario, y algo que, en todo caso, ha alterado una constante.
Rajoy del que no sabemos si es monóglota como su predecesor, lo que resulta un hándicap no castrante pero sí engorroso, no tiene excesivo margen de maniobra. En un primer momento va a tener que concentrarse en la situación económica interna, Obama lleva cuatro años con ella y no tiene el tema vasco ni el envite fiscal catalán ante él, y en forcejear con la Unión Europea. Ahí cuenta ya con una baza, ha ganado pronto la credibilidad que había despilfarrado Zapatero. Es un capital importante, por lo que oímos en escalones diplomáticos intermedios, Bruselas y los dirigentes europeos lo ven ya como persona sensata y responsable, a la que se puede otorgar confianza.
Tampoco conocemos si el Presidente va a tener tiempo de dedicarse a la política exterior y si está entre sus aficiones como estaba en las de Aznar y González. Se puede predecir que las relaciones con Washington serán bastante fluidas, sea con Obama o con un republicano, que habrá más contactos con Iberoamérica que en el reinado anterior, y algún sobresalto económico de gobiernos populistas como el argentino, y menos complacencia, sin llegar la sangre al río, con el castrismo y su horror a iniciar la apertura en Cuba. Habrá pocas distinciones en el trato a regímenes autoritarios de derecha o izquierda y se encogerá, no hay un duro, nuestra ayuda al desarrollo, en cantidad económica y en número de países. Tendrá Rajoy, entre otros, dos temas que cavilar a corto plazo. El Sahara es uno. Para los marroquíes está en el trasfondo de todas las relaciones con España. Volver a la senda tradicional de equidistancia será enormemente resentido en Rabat, no hacerlo violentar nuestra tradición. El otro es Irán, la proximidad de los ayatollas a la bomba tiene inquietos a los israelies y, no siempre por los mismos motivos, a Obama. Un mazazo a Teherán, una mascletá que se producirá si si se dan las dos certezas, la de existencia de la bomba y la del lugar en que se almacena, obligaría a nuestro Presidente a pronunciarse.

Inocencio F. Arias
Diplomático