Castilla-La Mancha
Rajoy toma el relevo
Aveces, la escena es más elocuente que el libreto y los gestos valen por todo un discurso. Como ocurrió ayer, cuando el presidente del Gobierno realizó una declaración institucional para anunciar desde La Moncloa que se disolvían las Cortes y se convocaban oficialmente elecciones generales para el 20 de noviembre. Acto seguido, y como si el guión se hubiera pactado de antemano, Mariano Rajoy tomó la palabra en la sede del PP para efectuar otra declaración institucional convocando a los españoles a aunar esfuerzos frente a la crisis. Si se hubiera hecho a propósito no se habría mejorado la puesta en escena de un relevo de Gobierno, pues hasta el candidato Rubalcaba fue relegado al papel de secundario. Es posible que los inversores, tan sensibles a las incertidumbres, hayan tomado buena nota de que, al menos en cuanto a quién debe gobernar, España lo tiene claro. Zapatero fue parco en su intervención, rehusó presentar un balance de su gestión y, salvo una referencia favorable al comunicado de los presos de ETA, se retiró con discreción, como quien da por finiquitado su papel. Rajoy, por el contrario, dio a sus palabras la entonación y el significado propios de quien gobierna o está a punto de gobernar. Y como tal hay que juzgarlo, porque ya no se trata de una opinión del líder de la oposición, sino del próximo presidente. En este punto, tiene especial importancia la cuestión de los Presupuestos de 2012, que en estos momentos están prorrogados de hecho, lo que significa que se mantiene la congelación de las pensiones y de los salarios públicos. Le corresponderá a Rajoy cambiarlos o no, según lo aconseje el estado de las cuentas públicas, medida de prudencia tanto más aconsejable cuanto que no se sabe con certeza si los números de la Administración socialista son reales o esconden sorpresas, como ha ocurrido en Cataluña y en Castilla-La Mancha. Que Rubalcaba le reproche al presidente del PP que no avance su decisión no pasa de ser un ataque gratuito de quien ha gobernado a base de improvisaciones. Lo cierto es que la herencia que recibe Rajoy es sencillamente ruinosa, el peor legado de toda la etapa democrática, incluso peor que el de González a Aznar, cuando éste heredó una Seguridad Social en quiebra y unos indicadores económicos que hacían imposible la entrada de España en el euro. Pero hace bien el presidente del PP en no abundar en ello y en pasar página. Tiene más interés y es más constructivo su llamamiento a poner en marcha un proyecto nacional basado en tres ejes: superar la crisis, crear empleo y garantizar los servicios públicos. No cabe duda de que si el PP obtiene mayoría absoluta, como apuntan algunas encuestas, Rajoy podrá actuar con mayor celeridad y menos hipotecas. Sin embargo, para el líder popular lo sustancial es, a falta de una varita mágica en la que sólo creen los ilusos, la movilización de los españoles para secundar directrices claras, coherentes y fiables. Para ello ha prometido gobernar con transparencia, con «la verdad» y con diálogo. Es decir, con solvencia, sin improvisaciones, sin cambios de criterio cada quince minutos y sin demagogias. Dicho de otro modo, justo lo contrario de cómo se ha hecho en estos siete largos años.
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