Historia

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El funeral por Alfonso Ussía

La Razón
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A pesar de la tristeza, conseguí sonreír con Antonio en su funeral. Asistió el Príncipe, que así, a primer golpe de vista, parece que ha crecido. Junto al Príncipe, Esperanza Aguirre y Catalina Luca de Tena. Detrás, los miembros de la Casa del Rey, académicos y algún colado. A la derecha, Isabel, la marquesa de Daroca y los familiares de Antonio. Trance divertido. Algunos políticos del pasado exigieron ubicarse en lugares de honor. Lo contrario al espíritu de Antonio. Sonreímos. La homilía, a cargo del padre Luis Lezama, que ha vuelto a encargarse de una parroquia, cediendo la administración y explotación de sus negocios –El «Café de Oriente»– a los trabajadores. Luis Lezama rescató del arroyo –como antaño se decía–, a decenas de jóvenes y los convirtió en responsables y competentes profesionales de la hostelería. Un gran tipo. Antonio desayunó todos los días y durante muchos años en el «Café de Oriente», y compartía su café con leche con el padre Lezama. En su prédica, Luis Lezama se refirió en seis ocasiones a la «ternura» de Antonio. Ignora el buen cura que eran dos las voces que Antonio no soportaba. «Ternura» y «crepúsculo». Un buen coro, Coralia, emocionó la Santa Misa con Dante Andreo, Mozart, Verdi, Webber y Ángel Mingote, el padre de Antonio, formidable músico. Al término de la ceremonia, «La Muerte no es el Final», una de cuyas estrofas ha pasado a formar parte de los honores militares a los soldados que saben morir por España. Junto a la bellísima iglesia de San Jerónimo el Real, el horrible «Cubo» de Moneo. No le gustaba ni poco ni mucho a Antonio, que era un artista moderno y siempre evolucionando. Para mí, el detalle menos estético del Gobierno de José María Aznar. En nuestros almuerzos del «Club 31», cerrado para siempre dos días antes de la marcha de Antonio, hablábamos de los crepúsculos. Y nos divertíamos con esa bobada. «El de ayer, impresionante, un crepúsculo anaranjado». Y Antonio remachaba: ¡Qué ternura!

Para Antonio, seis personas eran ya una multitud. Y se refugiaba en los silencios. Pero no he conocido jamás a un conversador como él cuando se encontraba a gusto. Pasó de comerse hasta la vajilla a luchar contra la repugnancia que le producía cualquier plato. Soportaba la merluza en salsa verde, las verduras y los postres. Pero ya le dolía todo. Antonio tenía la entereza de los buenos militares, y vencía al dolor y la angustia con una dignidad admirable. Cuando dejó de salir, desayunaba con él en su casa, café con leche y tortas de Daroca. Cada día más cansado, más deprimido y más gruñón. No entendía que su cuerpo no respondiera a la enfermedad. En el último mes, su último dibujo. Antonio era cristiano, pero no un devoto excesivo. Me guardo para mí sus fobias, que las tenía como todo hijo de vecino. Isabel fue siempre su consuelo, su apoyo. En nuestra última comida, se atizó un martini seco. «Es la primera vez que te veo beber un martini», le dijo Isabel. «Soy una caja de sorpresas». De su primer dibujo al último, 59 años de prodigio artístico e intelectual en ABC. Cuando le publicó ABC su primera viñeta, celebró el acontecimiento cenando en «Arrumambaya» con Carlos Clarimón y Rafael Azcona. Su ego, por las alturas, hasta que se lo bajó el comentario de un camarero. «He visto su dibujo en ABC, don Antonio, y no le he encontrado el aliciente».

San Agustín se adelantó a Antonio y escribió lo que Antonio le dijo a Isabel mientras rezábamos en su funeral. «Cuando tenga que dejarte por un corto tiempo, por favor, no te entristezcas ni derrames lágrimas, ni te abraces a la pena a través de los años. Por el contrario, empieza de nuevo con valentía, con una sonrisa en mi memoria». Y sonreímos.