Berlín
Con la cruz gamada en el vientre
Un libro reúne las reveladoras y visionarias crónicas de Chaves Nogales de la Alemania nazi en la década de los 30. En ellas adelantó lo que supondría la llegada de Hitler al poder. Y acertó.«Bajo el signo de la esvástica»Manuel Chaves Nogaleseditorial almuzara. 152 páginas, 15,95 euros
Manuel Chaves Nogales practicaba un periodismo de observación. Encontraba la verdad en la paradoja. Su fuente principal era la anécdota, que es lo que proviene de la casualidad, lo que escapa al control de las voluntades. Como si uno de sus presupuestos fuera que el hombre se revela siempre a través de sus contradicciones. «Los primeros "camisa parda"que he visto, no la llevaban. Algún día se la pondrán, sin embargo, y pasarán la frontera». El humor, entre Julio Camba, Josep Pla y el propio Chaves Nogales era una suerte de escepticismo. Una distancia prudencial para contar lo que ocurría sin tremendismos. Era el otro asidero que sostenía sus crónicas. «El nazi lleva hoy en el costado una pistola. Antes la llevaba también; pero la llevaba escondida». Una manera lúcida para revelar el cambio que se produjo en Alemania en la década de los treinta. Las excusas que muchos enarbolan para afirmar que nadie conocía qué pretendía el nacionalsocialismo queda invalidado cuando se leen los artículos de Nogales. "Si Adolfo Hitler está gobernando hoy en Alemania es porque lleva doce años predicando la guerra. Su triunfo lo debe más que nada a haberse colado abiertamente contra los pacifistas». Otra afirmación, recogida de una entrevista con un ciudadano corriente, alguien que sale al paso: «Nuestro destino histórico es la Gran Alemania, el Imperio. No renunciamos ni hemos renunciado nunca a un solo alemán de Alsacia, Lorena, Polonia, Austria o Checoslovaquia. Reconquistaremos los territorios perdidos en 1918, incluso contra la voluntad de sus habitantes». Más: «La guerra, Alemania va a hacer la guerra». Todos estos fragmentos están firmados en 1933. Chaves Nogales marchó ese año hacia Berlín para describir qué cambios se estaban avecinando en una nación que comenzaba a moverse bajo la égida de un movimiento totalitarista.
Lo hacía poco después de los sucesos de Casas Viejas, de que en España empezaran a hacer mella los ideales del socialismo soviético y la derecha radicalizada. De su experiencia han quedado un puñado de artículos que ahora la editorial Almuzara ha reunido en el volumen «Bajo el signo de la esvástica» que, más que una descripción de los hechos, es una disección de cómo funcionaban los fascismos. Y emplea una frase demoledora, profética: «Todos los niños que nazcan en Alemania traerán la cruz gamada en el ombligo». Con esta referencia entraba en el análisis de la tergiversación de los hechos para moldear al ciudadano, sobre todo a los más inocentes: «Hay que grabar de manera indeleble las doctrinas nacionalsocialistas en las imaginaciones infantiles». ¿Cómo se logra? Con una educación manipulada, para que la siguiente generación de niños piensen como el Estado desea. Chaves Nogales apunta, en referencia al Tercer Reich, un hecho anterior, pero que se aplicaba de igual manera: «Cuando en los primeros tiempos del bolchevismo las doctrinas soviéticas fracasaban y el régimen estaba a punto de perecer, Lenin seguía imperturbable, consagrando sus mayores esfuerzos a la propaganda infantil, y afirmaba: «Por mal que vaya todo, si me dejan a los chicos en mis manos durante unos años, no habrá nada después que derribe el régimen soviético». Así explicaba cómo van enraizándose en la sociedad las tesis de los totalitarismos y otras ideologías afines. Para lograrlo se recurre a las aulas –los profesores fueron los que predicaron entre el alumnado de 1914 aquello de que la «guerra era cultura» (sentencia que también aparece en estas páginas)–, a la «prensa, carteles, charangas, banderas, uniformes; toda Alemania está bajo la acción proselitistas de este aparato gigantesco de publicidad. Pero cuando se dirige a los chicos, esta campaña de propaganda es realmente aterradora. Los grandes almacenes están llenos de juguetes nacionalsocialistas; todos los juegos infantiles en boga tienen un sentido nazi, y lo mismo ocurre con los deportes». Una tendencia que se extiende progresivamente hasta las películas que se proyectan en los cines.
Siete millones de soldados
En su disección del periodo, el periodista apunta con certeza que, en contra de lo que piensan muchos, en este país existe todo un ejército. «¿Cuántos soldados tiene Alemania? Siete millones». Y, después, presume de sagacidad para aventurar cuál será el primer y fundamental fracaso de Hitler: la pérfida Albión. «En la vieja Inglaterra hay unos tipos insobornables, con lo que no cuenta el ciudadano alemán medio». Una forma inteligente de señalar que el aliado que pretendía el régimen nazi no dejaría sobornarse con sus atractivos.
En el microclima político del nazismo flotaba una palabra: «Jude». La marginación de los judíos asomaba en las actitudes tempranas que empezaron a extenderse ya en el primer trienio de la década. El reportero cuenta cómo han sido expulsados de los «empleos oficiales», de «todas las corporaciones y empresas en las que el Estado participa. Es decir, que, por ejemplo, el judío no tiene ni siquiera derecho a ser guardagujas. Sus hijos no son admitidos en las universidades ni en las escuelas superiores más que en una proporción del uno por ciento. De tres mil abogados judíos que había en Berlín, han sido excluidos mil trescientos». También señala: «La inmensa mayoría de los empleados judíos de casas particulares han sido despedidos con un mes de indemninzación». De hecho, Chaves Nogales afirma sobre el nacionalsocialismo: «Uno de sus fundamentos es esta extirpación radical del judío». No duda en escribir que se les «van suprimiendo los medios de vida», y refiere los crímenes que empiezan a padecer: «Los judíos muertos violentamente estos días (en Berlín) son unos quince en total». Pero subraya que hay que «tener en cuenta que los judíos de Berlín son cerca de doscientos mil». El resto, por supuesto, ya se sabe.
El detalle
LA PATA TORCIDA DE GOEBBELS
Este volumen recupera en uno de sus apéndices la entrevista, publicada en otras antologías, que el periodista realizó al que él llama doctor Goebbels (debajo), «un tipo ridículo, grotesco; con su gabardinita y su pata torcida se ha pasado diez años siendo el hazmerreír de los periodistas liberales». De él comenta que «toda Alemania está llena de anécdotas sobre este tipo estrafalario, al que –verdad o mentira– se le ha colgado todo aquello que puede hacer polvo a un hombre». Asegura de él que es de la «dura estirpe de los sectarios». A Chaves Nogales le permiten hacer tres únicas preguntas al ministro de Hitler. Algo que sabe aprovechar
para sacarle, antes que otros, el espíritu que guiará el Tercer Reich.
Una desgraciada operación
Es una de las referencias del periodismo español y de la literatura del siglo XX. Nacido en 1897 en Sevilla, Chaves Nogales (en la imagen) a los 24 años se trasladó a Madrid para hacer carrera dentro del mundo de la letra impresa. Fue redactor jefe de «El Heraldo» y dirigió «Ahora», periódico para el que precisamente realizó los reportajes que rescata en «Bajo el signo de la esvástica» Almuzara. Al estallar la Guerra Civil abandona España y tras pasar un periodo en París, en el que modela buena parte de «La agonía de Francia» (1941), recala en Londres, donde seguirá desarrollando su brillante actividad. Dos temas vertebraron su actividad: la revolución rusa y sus consecuencias; y la presencia en el panorama europeo del nazismo y el fascismo. Murió en Londres en el exilio tras una desafortunada intervención quirúrgica mientras preparaba un libro con testimonios de refugiados de la ocupación alemana.
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