Derechos Humanos

Sangre y revolución por Ángela Vallvey

La Razón
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Del régimen de Hugo Chávez en Venezuela sorprenden las cifras espeluznantes del aumento imparable de la criminalidad y las muertes violentas desde que él llegó al poder. Cortan la respiración: 130 asesinatos por cada 100.000 habitantes (España, por ejemplo, tiene 1,02 por 100.000 habitantes), aunque algunos opinan que esa siniestra tasa puede llegar a un aterrador 160/100.000. El año pasado, en Venezuela se cometieron casi 20.000 asesinatos. Caracas ha sido catalogada como «la ciudad más peligrosa del mundo», superando en número de muertes a Bagdad, en un Irak en plena guerra. Por lo general, los regímenes comunistas mantienen un férreo control social –a través del aparato y las fuerzas de orden público del Estado– que garantiza «aparentemente» la seguridad de la población. La violencia legítima del Estado se ejerce con mano de hierro, la represión también, pero todas esas maniobras de control permanecen ocultas a simple vista de manera que los ciudadanos tienen la impresión de gran seguridad personal. Por el contrario, es la violencia «ilegítima», la particular, la que parece el lubricante del régimen de Chávez, que incluso reformó la Ley de la Fuerza Armada y creó unas milicias adeptas, con acceso a las armas, que le son fieles hasta la muerte. Y ésa no es una frase hecha en la Venezuela de hoy. O sea: ha delegado el poder de la violencia legítima del Estado en sus clientes civiles. Antes, las viejas revoluciones comunistas se inauguraban con un baño de sangre seguido de un largo tiempo de seguridad. Actualmente, las acciones de choque destinadas a confundir y demoler la sociedad, preparándola así para el socialismo, las lleva a cabo en Venezuela la propia población contra sí misma, haciéndole el trabajo sucio a su mesías bolivariano que, además, gana elecciones. La auto-hipnosis revolucionaria del siglo XXI es así.