Cataluña
El experimento ZP
Rodríguez Zapatero no es Felipe González. Todos lo tenemos claro. Sin embargo, el PSOE de Rodríguez Zapatero no es distinto del PSOE de Felipe González. Rodríguez Zapatero le insufló, por así decirlo, nuevos aires ideológicos, que atañen a una voluntad más o menos utópica de radicalismo postmoderno. Al mismo tiempo, Rodríguez Zapatero enarboló la superioridad moral de la izquierda, como si hubiera querido hacer, años después, la ruptura que no se hizo en los años setenta. Felipe González, que había hecho la Transición, se abstuvo de un gesto como este, pero esa tentación nunca ha sido ajena al socialismo español. Jamás hubo una revisión autocrítica del papel del PSOE en la historia de España, sobre todo en los cuarenta primeros años del siglo pasado que acabaron en una dictadura. El único culpable de aquel fracaso era «la derecha», así a bulto. Pobre del que se saliera de ese guión, trazado con una arrogancia y una suficiencia infinitas...
El guión ha sido difundido machaconamente desde hace décadas en medios de comunicación, en libros y películas, y sobre todo en un sistema de enseñanza convertido en correa de transmisión ideológica. La «Memoria Histórica» de Rodríguez Zapatero ha sido el intento de utilizar ese dogma, propagado durante años, al servicio de una estrategia que consistía en batasunizar España, gobernar con la extrema izquierda nacionalista y borrar la posibilidad de la alternativa: restaurar, en pocas palabras, la esencia ideal de la Segunda República. Ese fue el proyecto de Rodríguez Zapatero, proyecto que ha estado a punto de destrozar nuestro país.
Lo que sí se ha llevado por delante es a sus aliados de extrema izquierda nacionalista y a algún grupo de comunicación progresista que se creyó la Biblia de la democracia. También se ha llevado por delante la autoridad de los «sindicatos de clase», que han perdido aquel prestigio que les convirtió, sin que nadie les hubiera votado, en agentes de gobierno y transformó nuestra democracia en un régimen corporativista (lo que explica la altísima tasa de paro existente en España).
Como el radicalismo ha sido una tentación permanente de la izquierda española, seguramente había que hacer el experimento radical. Ya está hecho, en Galicia, en Cataluña y en el conjunto de España. Los resultados están a la vista. Habiendo demostrado que el radicalismo nos lleva a la ruina, Rodríguez Zapatero ha conseguido acabar con la hiperlegitimidad de la que ha disfrutado la izquierda en España durante tantos años.
Nada de todo esto pone en cuestión el régimen democrático español. Rodríguez Zapatero no ha conseguido acabar con él, y aunque los desastres causados son gigantescos y la reparación requerirá esfuerzos que podían haber sido empleados para cosas más útiles, lo esencial subsiste. En vez de quejarnos de un supuesto derrumbamiento del régimen, como si hubiera otro de repuesto, deberíamos alegrarnos por la solidez que ha demostrado ante una arremetida tan primitiva, tan grosera. Hay que volver–ya– a la línea de reformas y de pactos que marcó la Transición.
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