Escritores
Al margen del descontento
Alguno ha cogido al vuelo en su grabadora los comentarios de una pareja en la Puerta del Sol y aquí los transcribo.
-Vámonos yendo, Clara, ya hemos visto bastante.
-Como quieras, Óscar ¿Ves esa pancarta? : «La democracia está en esta plaza». Ya. A a ver lo que dura.
-Pero ¿has oído a esos que cantan? «El pueblo no se cuenta, no». ¿Qué te parece?
- Ya ni sé .
-Entonces, Óscar, tú y yo no somos pueblo.
-¿No? ¿Por qué?
- Porque somos 2.
-Pues anda que si traemos al crío.
-Lo mismo iba a dar.
-Y si vienes tú sola, como querías...
-Pues menos todavía. No entiendes; dicen que para ser pueblo hace falta que no sepan cuántos son.
-Ya: como esa asamblea, que no hacían más que entrar y salir, voces, aplausos, silbidos y no votar nada.
- ¿Cómo iban a votar, si no se sabe cuántos son? Hace falta número y que cada uno sea cada uno.
- Ya noto, Clara, que se te ha pegado algo. ¿Tú no quieres que cada uno sea cada uno?
- Pues no sé qué te diga: suena un poco como a fascista.
-¡Coño!, ahora resulta que ser uno el que es va a ser un fascismo.
-No sé por qué no. O, ¿de qué crees que estaban hechas las masas que aclamaban a Hitler y Mussolini? De individuos, convencidos de que si los aclamaba es que lo creía.
-Ya: cada cual cada uno, pero todos igualitos.
-Natural, cariño: los que son cada cual quien es, son todos iguales en eso, en que cada uno es cada uno.
- Ya; y que por eso no eran pueblo.
-No eran ni son. Lo llamaban… Volk!, popolo!
-¿Lo mismo en plena democracia?.
-Más que nunca. ¿Cuál es el primer artículo de fe de la democracia?
-¿Qué cada uno es dueño de sí mismo?
-Y cada cual sabe adónde va, qué vota, qué compra, qué quiere, ¿no?
-Bueno, Clara, ya está bien; vámonos para casa.
-Sacúdete las moscas que se te han pegado de esa fiesta de descontentos. Cada cual en su casa y Dios en la de todos.
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