España
Un golpe de Estado a Franco
La Falange tenía un peso especial en la División Azul. Eso llevó a Hitler a pensar que podría utilizarla para quitar del poder a Franco
Tras la entrevista mantenida en Hendaya, el 23 de octubre de 1940, las relaciones entre Hitler y Franco se fueron enfriando. Ciertamente, Franco se había avenido a firmar un protocolo en el que aceptaba entrar en la guerra al lado del III Reich –protocolo que no sería conocido en España hasta después de su muerte–, pero había ido dilatando la ocasión. La aportación de España hubiera sido muy modesta –quizá incluso negativa como fue la Italia de Mussolini– pero su situación geográfica era privilegiada para expulsar a Gran Bretaña del Mediterráneo.
La invasión de la URSS en el verano de 1941 retiró de la mente de Hitler la idea de presionar a España, pero no su desagrado creciente hacia Franco y Serrano Súñer. En las «Charlas de sobremesa» Hitler manifiesta su desagrado porque, en lugar de realizar la revolución nacional necesaria, se había instaurado una dictadura clerical. Esa circunstancia, a su juicio, explicaba que Franco se hubiera limitado a enviar una división de voluntarios al frente del Este en lugar de entrar plenamente en la guerra.
El carácter aguerrido de los divisionarios y el conocimiento de que el jefe de la División Azul, Agustín Muñoz Grandes, simpatizaba con la Falange llevó a Hitler a pensar en un golpe de Estado que derribara a Franco e instaurara un Gobierno verdaderamente fascista que se uniera a Alemania en la búsqueda de un Nuevo Orden mundial. Tal y como recogería en las «Charlas de sobremesa», los españoles participarían en la toma de Leningrado, los cubriría «de medallas» y luego conseguiría que dieran «un golpe de Estado» tras el cual Muñoz Grandes sustituiría a Franco.
Hitler y Muñoz Grandes
El papel de la División Azul en la batalla de Leningrado fue muy modesto. De hecho, resultó inferior no sólo al alemán sino incluso al finlandés. Sin embargo, en términos propagandísticos, podía ser un arma poderosísima. En septiembre de 1941, Hitler emplazó a Muñoz Grandes para que lo visitara en la famosa Guarida del lobo.
El general español recibió la Cruz de Hierro, pero los planes de Hitler chocaron con un importante impedimento. El 8 de septiembre de 1941, el mismo mes de la citada entrevista, Leningrado quedó cercado, pero no cayó. De hecho, el 27 de enero de 1944, tras 872 días de asedio, las tropas alemanas se retiraron. La batalla de Leningrado había costado una cifra de muertos que, como mínimo, superó el millón y que pudo alcanzar una cifra cuatro veces superior, según algunas estimaciones. A esas alturas, el plan de Hitler para dar un golpe de Estado en España estaba totalmente abandonado. En 1943, Franco había repatriado a Muñoz Grandes. Lo ascendió a teniente general y a jefe de su Casa militar, pero, a la vez, lo desposeyó de cualquier mando sobre tropas.
Si alguna vez había pensado en sumarse a los planes del Führer, resultaba ahora obvio que nunca lo haría. Por su parte, Franco quizá se había salvado de un golpe de Estado gracias a quien menos se hubiera podido esperar: las tropas de Stalin que impidieron la toma de Leningrado.
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