Bruselas

Larga vida al euro por José Clemente

La Razón
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Me adentro en la selva de estas «Crónicas Murcianas» cuando la caldera de la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea, celebrada los días 28 y 29 de junio en Bruselas, bulle con más intensidad de la esperada, hasta el extremo de haber modificado las agendas del debate previsto meses atrás para dar prioridad a lo que de verdad nos preocupa, que no es otra cosa que la supervivencia de la moneda única y la adopción de medidas que pongan fin al baile de las agencias de calificación en torno a la solvencia de Italia y España. Sobre la mesa se puso, desde el primer minuto de la cumbre, la necesidad de buscar una urgente salida a la crisis de estos dos países para evitar males mayores al euro y riesgos innecesarios que podrían hacernos caer, tan a corto plazo como la semana entrante, en el diabólico juego de pasar de la recesión a la depresión económica más temida. Había que actuar con rapidez porque los intereses de la deuda en Italia y España ya superan el 6 por ciento y nada indicaba que esa tendencia fuera a remitir si la propia Unión no forzaba un cambio de rumbo que impidiera la ruptura del euro y una crisis sin paliativos en toda la UE.

Y así se hizo. Pero como una agenda de la UE no se cambia de la noche a la mañana porque dos jefes de Gobierno se hayan puesto de acuerdo, tanto Monti como Rajoy tejieron una tupida tela de araña en la que Ángela Merkel y sus adláteres europeos quedaron atrapados, no porque sean cortos en inteligencia, sino porque la ruptura del euro significaba su propia derrota y que los inversores de la Unión salieran corriendo el lunes con su dinero a zonas más seguras. Ante un hipotético supuesto de que eso hubiera sucedido sólo Alemania perdería el 14 por ciento de su PIB, mientras que otros países que le apoyaban como Holanda, Bélgica y la Europa del norte pudieran correr el riesgo de un deterioro económico aún mayor, hasta el extremo de llegar a perder entre el 25 y el 35 por ciento de PIB muchos de ellos. Luego la propuesta de los líderes español e italiano, que además contaba con el apoyo no explicitado de la Francia de Hollande, logró ese cambio de agenda después de que fuera sometida a tres niveles: los ministros de Economía de la zona euro por teleconferencia, los directores del Tesoro de todos estos países, que se reunieron con urgencia en un edificio contiguo al del Consejo Europeo, y la reunión de los presidentes nacionales propiamente dicha. Dicha modificación se acordó la madrugada de ayer, donde finalmente se remató la jugada.

Sobre la mesa planeaba no sólo el futuro de la moneda única, sino de toda la eurozona, con norteamericanos e ingleses frotándose las manos al contemplar la escasa solidez del euro frente a la libra y el dólar, y todo, en la primera gran crisis que le toca vivir como moneda y con mas agobios de los previstos, toda vez que los usuarios de esa misma moneda fueran cada uno por su lado. La fortaleza de la Unión Europea no era más que pura entelequia, un quiero y no puedo, un viejo y cascado Continente aún prisionero de sus atávicos individualismos. En definitiva, una quimérica UE atacada sistemáticamente por las empresas de rating que convertían nuestra credibilidad en papel mojado y donde es difícil, por no decir imposible, crecer económicamente en tiempos de crisis. Pero la cordura se impuso gracias a la acción decidida de Mario Monti y Mariano Rajoy, que lograban al final de la cumbre buena parte de sus propósitos, que son buenos para italianos y españoles, pero también para el conjunto de la Unión. La reacción a los acuerdos alcanzados hizo subir el IBEX al seis por ciento, algo desconocido en los tres últimos años. Luego larga vida al euro.

La alemana Ángela Merkel regresó de inmediato a explicar a su Parlamento el contenido de los acuerdos en la cumbre, mientras que algunos otros dirigentes del Norte y Centroeuropa lo hacían vía teleconferencia o en declaraciones exclusivas a los medios de comunicación de sus respectivos países desplazados expresamente a Bruselas para dar cuenta de lo sucedido ayer, donde se alumbró un nuevo reequilibrio de alianzas para ser más europeos y menos niños jugando con las pelotas, como cantaba Serrat. Y para señorío, el del italiano Monti y el del español Rajoy, que ante las primeras cámaras de TV venían a decir que la victoria había sido del euro, no la de unos países sobre otros. Hacía bastante tiempo que muchos ciudadanos europeos asistían impotentes al maquiavélico juego de ver como se especulaba con nuestra moneda, lo que no sólo nos arruinaba la vida poco a poco, sino que, además, nadie hacía nada por detenerlo. Es de agradecer lo sucedido, aunque sólo hayamos subido un peldaño más en la larga escalinata que nos lleva a Unión definitiva de Europa.

Lo aprobado ayer tampoco es para rasgarse las vestiduras, pues como decía antes sólo se trata de un peldaño más, pero tiene una gran trascendencia como precedente del interés último de todos los países que integran la UE. Para empezar es de aplaudir que en adelante la deuda contraída por los miembros del club de la eurozona no vaya directamente cargada al Estado, sino que sean los beneficiarios directos quienes hagan frente a la misma, es decir, que los fondos de rescate a la Banca española corran con cargo a la Banca española y no se añada a la deuda de ese país con la UE. También es de agradecer que ante los ataques de los mercados y para evitar que los bonos nacionales se deprecien y tengamos que pagar elevadísimos intereses por su venta, sea el Fondo Común Europeo quien se haga cargo de su compra para refinanciarla en tiempo y plazo.

Del mismo modo, Monti y Rajoy lograron convencer a la mayoría del nuevo papel que debe jugar el Banco Central Europeo (BCE) en la compra de bonos y en hacer frente a las deudas de algunos miembros, como Italia y España, así como a aquellos otros como Portugal e Irlanda que están haciendo sus deberes con grandes dificultades y elevado costo. El caso griego es planteado de otra manera, porque mientras no se reformule el débil ajuste planteado y los partidos acometan severas reformas es un caso más perdido que por salvar. Pero Italia y España no, porque los recortes afectan a todos los sectores de nuestra economía y los planes para cumplir con el déficit y la deuda se están llevando a cabo con notables sacrificios y una voluntad europeísta que otros quisieran. Ahora viene la política contributiva, la igualación en deberes con nuestros socios y lo que haga falta, pero con una Europa que respete nuestros derechos y sepa hacia donde va y qué es lo que quiere.