París
Locos por Kaufmann
En Bayreuth aún resuenan los aplausos para el tenor de oro, una de las voces, dicen, más grandes del siglo XXI, respetado por la profesión y con porte de estrella de Hollywood
Ahora que Plácido Domingo reina en el Teatro Real y rompe su récord de aplausos día sí y día también, Jonas Kaufmann viene a quitarnos complejos patrios, como si no hubiéramos tenido bastante con el Mundial de Fútbol. Con la tensión aún en la garganta por su debut con «Lohengrin» en Bayreuth (la Champion League de los tenores wagnerianos, por seguir con el símil futbolístico), el tenor de Múnich se quejó de haber tenido que sudar éxito en varios continentes para que le rindieran honores en casa: «No soy el primero, pero aún me asombra que un artista alemán tenga que ganarse primero renombre en el extranjero para obtener reconocimiento en tu patria. Hasta que no triunfé en teatros extranjeros no se me respetó en Alemania», se quejó.
Y como el éxito carga de razones, los hinchas de la colina verde no tuvieron más remedio que rendirse a los pies del teutón, que interpretó el papel protagonista de «Lohengrin», en la apertura de la cita estival. La crítica ha alabado su interpretación de un papel que aúna la sensibilidad mozartiana, la cadencia italiana y la inteligencia germana. Y eso que la dirección escénica de Hans Neuenfels no se lo puso fácil, pues el patio de butacas se distrajo en criticar y abuchear la idea de convertir a los miembros del coro en ratas con lamparillas rojas que servían de ojos. Saltos de repertorioNo sabemos si el cantante tiene motivos para quejarse por el trato de sus paisanos, pero en el resto del orbe es una de las mayores celebridades que pisa un escenario de ópera. Sólo una «superstar» puede, en una misma temporada, hacer de Don José en la Scala –en un montaje, por cierto, no exento de polémica porque incluía una escena de violación de Carmen en el que el artista brilló junto a Erwin Schrott y Anita Rashvelishvili–, y en el Metropolitan, Cavaradossi en el Met y Múnich, Don Carlo en el Covent Garden y Werther en la Ópera de París, entre otros. Con estos saltos en el repertorio no es extraño que se le considere el tenor más polifacético de su generación. Él lo tiene claro, entre el modelo Kraus (el campeón mundial de un repertorio limitado) y el modelo Domingo («recordman» de papeles estrenados), se queda con el segundo.«Si interpretas siempre los mismo roles, o incluso al mismo compositor, es aburrido. Significa que no encuentras desafíos o no controlas tu propia voz», asegura. Imaginamos que Flórez, rey del repertorio rossiniano, pero que a penas interpreta papeles no escritos por el autor de Pésaro, no estará muy de acuerdo. Cierto es que Kaufmann ha saltado del verismo al repertorio francés con cierta facilidad desde que entró a formar parte del ensemble de la Ópera de Zurich, donde interpretaba a Pamino, Idomeneneo, Neronón, Fausto, Gudonov o El Duque de Mantua. En 2003 se produjo su debut en Salzburgo con «El rapto en el serrallo», de Mozart, bajo la dirección de Ivor Bolton. Después llegaron otros debuts internacionales en «La Traviata», «La Rondine», «La condenación de Fausto», «La Bohème»...
Cantar «lo más claro»También es cierto que el oscurecimiento de su voz, ahora bastante abaritonada, le ha supuesto algún disgusto. Cuenta que, nada más graduarse, en sus primeros pinitos en la ópera le pedían que cantara «lo más claro posible», dada su corta edad. Hasta que encontró el profesor de canto adecuado, que le invitó a cantar con su misma voz. En estos momentos lo oscuro de su instrumento levanta pasiones, como ocurrió en su debut en «Werther» en París, un papel interpretado normalmente por cantantes más ligeros. Él aprovechó este color para caracterizar lo atormentado del personaje. Además de su expresividad vocal y sus exquisitas modulaciones, se alaban sus dotes como actor: «Puedes cantar como un dios, pero no conseguirás tocar el corazón de la gente a menos que les transmitas que amas la música», asegura. Lo que es cierto es que hay consenso en el mundo de la lírica, lo que no es muy habitual, en cuanto a su voz. José Manuel Zapata lo tiene claro. Dice que para guapo guapo, «Jonas Kaufmann, que canta como un dios: va a ser el mejor tenor del mundo porque lo tiene todo: voz, físico, saber estar… y, sobre todo, hace el repertorio lírico que han hecho los grandes», algo que ha subrayado el propio tenor alemán. Poco antes de inaugurar el Festival de Peralada, la soprano Isabel Rey también se deshacía en elogios hacia Kaufmann, a quien considera como «la mejor voz del siglo XXI, un cantante que me ha llamado mucho la atención tanto por el talento que tiene como por su entrega en el escenario», siempre, claro está, exceptuando a Plácido Domingo, aclara.
Aire de galán italianoA la «kaufmannía» ha contribuido también su físico espectacular, que ha generado un batallón de «fans» en todo el mundo, tanto dentro como fuera de la escena. Cuando se produjo la sonada ruptura entre la soprano Angela Gheorghiu y el tenor Roberto Alagna, hubo rumores sobre el interés de la rumana por el atractivo cantante. Él, ajeno, y con su aire de galán italiano, está felizmente casado y dedica el tiempo libre que puede a sus tres retoños. Su buena imagen también se debe a ese aire de anti divo que cultiva: «En el momento en que cantas sólo para ganar dinero no puedes hacerlo con la misma calidad, ni transmitir la misma chispa al patio de butacas», es uno de sus lemas. La curiosidad era máxima por presenciar su debut en el Teatro Real en abril de 2008. No sólo porque iba a interpretar la única ópera de Beethoven, «Fidelio», sino porque iba a hacerlo bajo la batuta de Claudio Abbado, uno de sus protectores, con quien acaba de grabar un álbum de arias de Beethoven, Mozart, Schubert y Wagner. Finalmente no pudo ser porque canceló, pero este otoño sus seguidores españoles podrán resarcirse. Tiene previsto dos conciertos, uno en el Liceo (10 de octubre) y otro en el Maestranza, de Sevilla (22). Le descubrirán en otra de sus facetas, como cantante de lied, y mostrará una selección de dos de sus autores preferidos, Strauss y Schubert. Antes volverá a Berlín para cantar «Adriana Lecouvrer», aunque su principal reto para la próxima temporada será «La valquiria» en el Met, otro paso más por la senda wagneriana. Que nadie tiemble porque el alemán no piensa afrontar los papeles arduos, como Tristán, hasta el final de su carrera. Sí piensa, por el contrario, en Verdi y no ve lejano un Otello, «ya tengo cuarenta años», argumenta sabiendo que es necesario dar en cada momento el paso justo, pero antes le tocará «Il trovatore» y «Un ballo in maschera». Esta vez el italiano le ha ganado por la mano a Wagner.
«Bellissimi tenore»Posee una presencia física tan apabullante que lo extraño es que no haya recibido aún ofertas de alguna importante publicación para posar (o quizá es que las ha declinado), como le sucedió a su colega Anna Netrebko, que lució modelos de vértigo en reportajes a todo color antes de ser mamá. Y es que barítonos, tenores y sopranos cuidan la línea más que nunca. Todo debe estar en su sitio, sobre todo la voz. Que le pregunte si no a Deborah Voight, imponente tras dejar en el camino más de 30 kilos de más...
Las chicas de BayreuthInaugurar el festival de la Verde Colina con un montaje que firma Hans Neuenfels es hacer oposiciones a dar que hablar. Las hermanastras Wagner, herederas del timón del encuentro tras la muerte del patriarca Wolfgang, lo sabían y, quizá conocedoras de la controversia que acompaña al director de escena, decidieron apostar por él. Los abucheos inundaron el patio de butacas: misión cumplida. Es el primer año para el tándem formado por Eva Wagner-Pasquier y Katharina Wagner, después de años de luchas familiares que se han prolongado durante décadas. Y Bayreuth no ha hecho más que empezar.
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