Ciencia y Tecnología
Hambrientos y alocados
Una siempre ha pensado que los hombres verdaderamente brillantes son los que aceptan su suerte y la disfrutan. No los que se resignan con ella, sino los que consiguen sacarle partido, aunque no lo sepan hasta mucho tiempo después. Steve Jobs fue probablemente el hombre más deslumbrante de nuestro tiempo. Pero no por sus logros tecnológicos, gracias a los cuales escribimos desde ordenadores personales y nuestro mundo está interconectado, ni tampoco por los empresariales que le convirtieron en una de las personas más ricas e influyentes del mundo, sino porque consiguió encontrar muy temprano aquello que amaba hacer.
No llegó a graduarse en la universidad, pese a ser la única condición que su madre biológica puso para su adopción, pero la casualidad quiso que, mientras vagaba por ella, se decidiera a aprender algo que parecía tan inútil como la caligrafía, que tiempo después resultaría definitivo en la creación del Macintosh. Después de fundar Apple en un garaje y convertirla en una compañía con más de dos mil millones de dólares y cuatro mil empleados, le despidieron… Pero él, en cinco años, organizó otras dos empresas llamadas Next y Pixar. Apple compró Next y él...¡volvió a Apple! «A veces la vida te golpea con un ladrillo en la cabeza»–decía Jobs–. «Pero no hay que perder la fe». Al poco tiempo le diagnosticaron un cáncer mortal. Sin embargo, tuvo siete años de prórroga. Posiblemente por eso Jobs, que pensaba que la muerte es la mejor invención de la vida, porque elimina lo viejo para dejar paso a lo nuevo, sabiendo que «su tiempo tenía límite», decidió vivir casi cada día de su vida como si fuera el último. ¿Su consejo? «Manténganse hambrientos, manténganse alocados».
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