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El filósofo del pesimismo por Martín Prieto

El 21 de Septiembre de 1860, a los 72 años, fallecía en Francfort Arthur Schopenauer, y aunque su filosofía desesperada y a contracorriente siempre ha estado presente, el 150 aniversario de su deceso ha sido aprovechado por las editoriales para reeditar su obra, entre ella la capital «El mundo como voluntad y representación» y títulos póstumos que no habían llegado al español como «El arte de envejecer».

«El arte de envejecer»
«El arte de envejecer»larazon

El libro, escrito en su senectud, se titula claramente «Senilia», pero los editores han optado por la mercadotecnia de presentarlo como si fuera un detestable libro de autoayuda argentino. Es el mito de un Schopenauer indescifrable que se adelantó a entender que la claridad es la cortesía del filósofo y en cuyo pulcro alemán chisporrotean la agudeza, la paradoja, los excesos conceptuales y, por supuesto, la tristeza maligna (la depresión) y el culto al pesimismo existencial.

El suicidio de su padre

En mi adolescencia le leí a instancias de un profesor que probablemente me odiaba y le entendí sin dificultades, al precio eso sí, de convertirme en un sociópata. Schopenauer carece desdichadamente de estudios psicológicos porque fue, probablemente bipolar, seguro misántropo y misógino, amante de los perros hasta conferirles alma y un basilisco académico alimentado por un justificado complejo de persecución. Su madre le aborrecía y él la odiaba; el suicidio de su padre consumó la animadversión de Schopenauer por las féminas. Sus reflexiones sobre las damas encenderían hoy a las feministas y a las femeninas. «Todos vivimos al menos durante un tiempo en poligamia. Con ello se está además reduciendo a la mujer a su lugar correcto y natural como ser subordinado; y la «dama», ese monstruo de la civilización europea y de la estupidez cristiano-germana con sus ridículas pretensiones de respeto y veneración, será despachada fuera de este mundo». Y más: «Casarse significa hacer lo posible para hastiar al otro». No obstante ennovió con una florentina hasta descubrir que no le gustaban los italianos, abandonándola en Florencia asediada por la peste bubónica. Pero cuando le llegó el reconocimiento en su vejez se enamoró platónicamente de una pintora de 24 años que le inmortalizaba y de la que decía que se sentía «como casado» y a la que permitía compartir las zalemas de su perro.

Se enfrentó a Kant y, sobre todo, a Hegel y a todo el academicismo filosófico. Su primera y última clase como profesor la dio al aire porque no contó ni con un solo alumno. Sus primeros libros fueron quemados dado que nadie los compraba. Se aisló, convirtiéndose en el maestro del pesimismo. Este libro mal titulado es un compendio de aforismos, y meditaciones sobre la senectud que le resultó piadosa. Fue ensalzado en todo el mundo culto, solicitado por las Academias y recibió el mayor de los honores alemanes: Richard Wagner en 1854 le dedicó «El anillo del nibelungo»: «Con veneración y agradecimiento». Como Voltaire, arguye que se muere con las armas en la mano: «La razón del envejecer y el morir no es física, sino metafísica».

El final de los finales

Era un pacifista antes que Tolstoi influyera sobre Gandhi: «El origen de todas las guerras es el afán de robar» y ensalzaba a dos pueblos tan religiosos como el hindú y el egipcio que utilizaban el excedente de sus fuerzas en la construcción y no en la rapiña. Redactó éste libro hasta el momento de su muerte, fiel a su máxima: «Se debe envejecer de una forma elegante, lo demás viene dado». Y separa briosamente la muerte de la aniquilación. Para un combatiente del teísmo se tomó muchas molestias en estudiar la Biblia.

Malévolo contra los analfabetos orales: «Los antiguos saben que no se debe escribir como se habla; los más modernos tienen, por el contrario, incluso la desvergüenza de dar a imprimir el contenido de sus clases». Malvado con los escribidores: «Para asegurarse la atención permanente y la participación del público se debe o bién escribir algo nuevo, lo cual resultará, por eso mismo, siempre peor».

«Senilia» es una bondadosa manera de introducirse en Schopenauer, comprender por qué es una cumbre de la filosofía y perder el pánico escénico de adentrarse en sus páginas.