Historia
La inconstancia amorosa de Luis Medina por JESÚS MARIÑAS
Sorprende, escama y desorienta. No se entiende tamaño trasiego sentimental, pero el elegante sevillano tiene sus motivos. No son razones para airear, aunque justificarán lo difícil que le está resultando a Luis Medina elegir a la reina de su corazón. Podría oler a oportunismo vendedor de exclusivas –que así son cuando se trata de noticias fundamentadas y asentadas–, pero para nada es el caso del pequeño de Nati Abascal, al que ella encuentra más divertido que al recién casado duque de Feria. Y lo intenta, de ahí su reiteración en enamorarse. En esto Luis bate récords. Tras sus disparidades con Alejandra de Rojas, hija de la condesa de Montarco, no sentó cabeza ni corazón. Rompieron, se arreglaron, volvieron a distanciarse y en la reciente boda toledana apenas se cruzaron un saludo.
Luis aireó en la boda lo que había –aún me pregunto si hubo– con la norteamericana Amanda Hearst, riquísima heredera de 20 millones de dólares. Mientras, Alejandra se mordía los labios viendo al que fue su pareja durante tres años. Los invitados estaban pendientes de cómo Luis lució a la nueva, a quien la oyeron llamar «el champiñón», dado el efecto estético por su baja estatura y descomunal pamelón.
En poco más de un año Luis lo intentó con Tamara Falcó y este verano se prendó de la menudita «made in USA». Le duró cuatro reportajes playeros con el remate toledano. Y es que uno pierde noción sobre cuánto hay de amor o si sólo influye el impacto público. Así ocurre en los enlaces: cuanto más popular concurre, más grande es la cifra a percibir. Famoseo al peso, de ahí que algún asistente apenas mantenga relación con los contrayentes. Esta mudanza social, siempre pensando en el cheque, daría para un nuevo tratado de protocolo. Ya no invitan por lo que eres o tengas de cariño: lo hacen por lo que luces, representas o por el tamaño de tu sombrero.
El problema de este Medina culo inquieto ya no reside en sus escasas ganas de dar el sí. Lo de Alejandra le pareció una eternidad porque ella le ataba en corto. Educado entre exclusivas, le parece normal la inconsistencia de relaciones a base de subsistencia. Extraña habilidad para siempre mostrarse a tiro con la de turno como ésta que ya reemplaza a Amanda. No pierde el tiempo. Acabará como el lobo del cuento: concluiremos por no creer sus idilios tan bien montados.
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