Industria de Moda
El nazi que amó a Coco Chanel
Unos insultos antisemitas le han costado a John Galliano la expulsión de la casa Dior. Nada nuevo en la alta costura francesa: Coco Chanel fue amante y cómplice de un jefe nazi
Es lo que tiene la historia o, mejor dicho, el pasado: siempre vuelve, tarde o temprano, con deformaciones o con telarañas indescifrables. De vez en cuando, Francia suele enredarse en esos hilos pegajosos. Por ejemplo: acaba de suspender a la carrera la conmemoración del cincuenta aniversario de la muerte de Céline por antisemitismo declarado (o por algo más: panfletos como «Bagatelas para una masacre» son una incitación a la cámara de gas), y eso a pesar de haber escrito una de las grandes novelas del siglo XX, «Viaje al fin de la noche», un alegato antibelicista, precisamente. Acababa de suspender esta celebración cuando Francia vuelve a enredarse en las telarañas, y con otro caso de antisemitismo, el del modisto John Galliano, la «prima donna» (o, sin ofender, el «primo uomo») de la firma Dior hasta hace unos días. Pero cuando en la pasarela de París se habla de antisemitismo es porque, en el fondo, están hablando de nazismo, de la Francia de Vichy, de colaboracionistas y de una vida cultural ininterrumpida a pesar de la ocupación alemana. La muy prestigiosa «Nouvelle Revue Française» (NRF) no dejó de salir bajo la dirección del germanófilo Drieu La Rochelle y la primera novela de Simone de Beauvoir, «La invitada», aparece en 1943, mientras estaba prohibido publicar a cualquier autor judío, vivo o muerto.
Se escruta ahora con mirada precisa el patético vídeo de John Galliano pasado de copas por si su amor por Hitler (ese «amo a Hitler») es carnal, cuando lo realmente inolvidable es que el gran nombre de la moda francesa coqueteó, amó y se entregó, en este caso también carnalmente, a un nazi, pero no a uno cualquiera. Hablamos de Coco Chanel.
El suceso fue revelado por «Der Spiegel» en el verano de 2008, pero entonces se habló de que la diseñadora había colaborado con toda su buena intención en un plan para que Londres y el Tercer Reich firmaran la paz en caso de que al ejército alemán se le pusiesen las cosas mal en el frente ruso, como así sucedió, una operación auspiciada por el sector más moderado del nazismo. Sólo ella podía conseguir, tan solo con unas gotitas de Chanel nº 5, que los dirigentes británicos, especialmente Churchill, atendiesen ese canto de sirena entonado desde los salones del Ritz, sede del cuartel general alemán y segunda residencia de la diseñadora.
El cerebro de esta misión era el oficial alemán Walter Schellenberg, que casualmente (ésa es la cuestión) conoció a Coco Chanel, con quien vivió una historia de amor, si es que eso puede decirse de una relación encriptada por intereses mutuos en tiempos de guerra: ella buscaba la protección de los alemanes para no ser molestada, para que sus tiendas siguieran abiertas y para poder seguir vistiendo a las élites; él, la llave de cristal para abrir las alcobas secretas de la alta sociedad francesa y el poder (los alemanes decían que en Francia había tres poderes: la banca, los comunistas y la NRF). Pero, al final, como se verá, si no hubo amor, hubo amistad y lealtad.
El entierro lo pagó ella
El encuentro con el general Walter Schellenberg tuvo lugar a través de un oficial alemán dedicado a supervisar las fábricas textiles francesas que ahora trabajaban al servicio de Alemania. Entre telares es cuando surgieron las primeras conversaciones para atraerse a Churchill. La aparición de Schelenberg, jefe de la inteligencia y contraespionaje, puso en marcha lo que se denominó operación Modellhut (Sombrero de Modelo) a través de su relación con Coco Chanel.
Ella estuvo obsesionada con esta operación, no se sabe muy bien por qué, aunque su biógrafo, Edmonde Charles Roux («La verdadera vida de Coco Chanel», publicada por Lumen), cree que responde a una personalidad que no encontró límites en sus retos: ella era consciente de su poder, de su enorme influencia en todo el mundo, sobre todo en el que vestía con corte occidental, y confiaba en que nadie podía escapar a su «diplomacia del glamour».
Cuando Francia fue liberada por los aliados, Coco Chanel fue detenida por la resistencia y poco después puesta en libertad. Poco más se supo de su colaboración con los alemanes o de su relación con Walter Schellenberg. Fue él, sin embargo, quien apuntó algunos detalles. Procesado en Nuremberg, fue condenado a siete años de cárcel. El periodista André Brissaud tuvo un novelesco encuentro con él en el invierno de 1952 en el norte de Italia: se identificó como Schellenberg y, aunque moribundo por un avanzado cáncer, le ofreció unas largas sesiones de entrevistas. Murió al cabo de un mes y el entierro lo pagó Coco Chanel.
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