Alicante
Ventoso encuentra la calma
Todo y nada ha cambiado en lo más profundo del alma de Ventoso. Calma y sosiego ahora. Nervios y chulería antes. "Era un poco subidito, me lo tenía un poco creído", reconoce
Se traduce en su personalidad afable, siempre sonriente y filosóficas las páginas de su biografía, ésa que dicta que es mejor mirar el lado positivo de las cosas para sufrir menos. Así lo hace el esprinter cántabro desde hace unos años ya. La vida se lo ha enseñado. O él lo ha adquirido como experiencia. Ilustración pura de contragolpes, de puertas, las de los equipos más grandes, cerradas por "intoxicaciones"como "represalias por no querer seguir en el Saunier Duval hace casi media década. Parece otra vida, lejana, atrancada a cal y canto en el más recóndito de los recuerdos.
El transitar anónimo de los últimos años en el Carmiooro, más por despecho y pasión al ciclismo que con ánimo de encontrar una luz al final del túnel. Hasta que le rescató el Movistar. La vuelta a la vida en un gancho tirado desde un helicóptero salvavidas al pozo en el que le sumieron un extraño positivo y un sinfín de "noes"en boca de directores y mánagers. Antes todo le ponía nervioso, "si no ganaba era porque estaba demasiado gordo, pensaba que era una mierda. Me metía mucha presión". Ahora todo es diferente. "Estoy más tranquilo y calmado". Reconciliación consigo mismo la de Ventoso. Victoriosa.
Ventoso se hizo ciclista alrededor de mujeres. Es de Reinosa, pero de pequeño se mudó a Noja, a la costa. Su padre le buscó equipo cuando empezó a montar en bicicleta para cansar a su hermano Iván, hiperactivo, para hacerle perder energía y que por la noche en casa todos pudieran dormir. Por aquel entonces solo había un club. Femenino.
Y Ventoso, con melena larga se apuntó. "Me tenían como mascota". Era un niño y como tal pasó a profesionales. 21 años para vestir el maillot del Saunier Duval. Pero Ventoso no tenía dinero, "y no quería pedir dinero a mis padres". Así que se puso el buzo. Fontanero, encofrador y hasta manejando una retroexcavadora estuvo, todo por pagarse las estancias en Alicante, el sol y el calor. El ciclismo es caro, pero Ventoso siempre ha sabido buscarse la vida. Igual que en los esprints, su hábitat natural. A Ventoso no le gusta llegar a las metas solo. "Nunca he llegado escapado". En Fiuggi tampoco.
Ataques de Sella y Di Luca
A la etapa de Ventoso le puso el compás Kristof Vandevalle. Era la última nota discordante de la melodía que cantaron Popovych, Veuchelen y Veikkanen en una jornada orográficamente precisa para las fugas. Pero después de la legendaria escapada de l'Aquila, los favoritos no quieren más sustos y el pelotón los maniató. La comparsa fue definitivamente rota con el despegue de Emanuelle Sella. Un avión volando por terreno que no era el suyo, el que se atisba con la primera llegada en alto, a Montevergine de Mercogliano de hoy. Di Luca tampoco supo esperar. El miércoles, en los tramos de "sterrato"el italiano corrió los últimos quince kilómetros sin sillín, eliminado de la puja por el triunfo. Rabioso atacó, desatando la fuerza de los esprinters. De Ventoso.
"Al pasar la galería y verme delante decidí que tenía que probar". Era su momento. Nada de fugas, él no sabe llega a meta en solitario. Emergió de la maraña de corredores en la rampa de Fiuggi, perfecto y agónico a la vez. Pura sangre calmada, sosiego placentero. La paz y la armonía a merced del ansia de victoria. Todo le pesaba a Ventoso, al límite. Igual que cuando era pequeño.: "Mi primera bici no tenía marca, era de segunda mano, hecha de acero gris y a duras penas llegaba a los pedales. Pesaba más que yo".
A la meta de Fiuggi casi no llega tampoco, pero lo vio. Era suya. Amarró el manillar y esprintó cuesta arriba dejando clavado a Petacchi. Sin alma ni respiración. Muerto el italiano del Lampre. "Yo también he llegado al límite", reconocía después. Confín de paz y conciliación victoriosa, la quinta de Ventoso esta temporada. La rueda, calmada, lubrica mejor.
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