España

El (alto) precio de las ideas por Pedro Alberto Cruz Sánchez

La Razón
La RazónLa Razón

La mayor debilidad de la cultura española siempre ha sido su escuálida producción intelectual. Hemos sido un país más proclive a importar –tarde– el pensamiento generado en otros territorios que a exportar las propias reflexiones. Pero lo que es peor: lo que de poco ha sido alumbrado durante las últimas décadas se ha debido al crecimiento desenfrenado de dos formatos que han permitido a nuestros «ideólogos» expresar sus inquietudes con eficaz frecuencia –me refiero a los ciclos de conferencias organizados por instituciones públicas y privadas, que han dado lugar a un irrepetible «grand tour» monopolizado por los grandes nombres del momento; y los lujosos catálogos de exposiciones de diversa índole, cuyas páginas contienen lo más cualificado de cuanto se ha publicado en el campo del ensayo en los últimos años–.
«Burbuja» cultural

Ahora bien, el «efecto burbuja» que la implantación masiva de estas dos fórmulas de inversión cultural ha causado sobre el panorama español sólo es comparable con el experimentado en el sector inmobiliario. Al calor de las conferencias generosamente pagadas y de los textos encargados a 150 euros el folio, surgió toda una clase de nuevos ricos de la cultura que multiplicó su presencia pública con tal de lograr que, en cada nueva temporada, el número de «bolos» realizados superara a los del año anterior. Poco a poco, el caché y el móvil económico se fue imponiendo a la producción de ideas, de modo que ni siquiera ambos e hipertrofiados formatos sirvieron para conocer qué es lo que pensaban nuestros intelectuales y especialistas en la materia. Hubo un momento, incluso, que, como en la música, España se convirtió en un paraíso para todos aquellos autores extranjeros que pretendían sacar la máxima rentabilidad económica a sus trayectorias. Los conferenciantes, comisarios y ensayistas profesionales se multiplicaron por doquier hasta llegar a un punto de inflación insostenible que nos ha llevado hasta la situación actual: la burbuja ha estallado, y la programación de una conferencia se ha tornado en una experiencia «vintage» que nos ayuda a recordar los tiempos de la gran farsa cultural vivida por este país.