Grecia
G cero
La reunión del G-20 esta semana ha tenido el éxito esperado: reunidos los países miembros en Corea, han acordado no acordar nada. Seguirán pues las devaluaciones competitivas, los desequilibrios comerciales y el peligro latente de que esto desemboque en una ola de proteccionismo comercial.
En este contexto, resulta novedoso el camino elegido por la canciller Merkel para devaluar el euro. Desde que en el Consejo Europeo de hace dos semanas la canciller introdujese la posibilidad de que los tenedores de deuda pública pudiesen asumir pérdidas, el euro baja, como lo hace también la deuda de los países de la periferia europea.
Independientemente de sus intenciones, lo que plantea Merkel tiene mucho sentido, prestar a países de peor perfil de crédito, como lo es prestar a bancos, es una actividad de riesgo por la que los inversores son compensados y por la que debieran ser penalizados cuando se equivocan.
Otros países, como España, piensan que son las haciendas públicas las que deben cubrir cualquier posible pérdida. Eso es, nuestro socialista presidente del Gobierno está totalmente determinado a que nadie se aproveche de los bancos y grandes inversores, y para ello está dispuesto a plantar cara a Merkel hasta las últimas consecuencias.
Creo entender por qué lo hace: seguramente le preocupa que después de Grecia e Irlanda venga España y nuestros costes de financiación se disparen. El cálculo es arriesgado y profundamente injusto, similar al que hizo Irlanda cuando socializó las pérdidas de los bancos, incurriendo en un déficit que ahora no pueden financiar. Lo pagarán el conjunto de los irlandeses y, salvo que Merkel se salga con la suya, también lo haremos nosotros.
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