Artistas
Tucson Arizona
Estaba en uno de los peores momentos de su mandato, con los indicadores económicos en contra, cuestionado no hace mucho en las urnas y abocado a una previsible e imparable decadencia, hasta que un tiroteo en Tucson le dio la oportunidad de hablarle al pueblo llano. Después de aquel discurso, la popularidad del presidente Obama alcanzó uno de sus niveles más altos en mucho tiempo y la gente vuelve a confiar en él. Fue un discurso emocionante y sencillo, grandioso como ocurre a veces con las cosas que no pretenden serlo, un magnífico derroche de emociones y la gramática justa para que incluso se conmoviesen sus detractores. No importaba ese día de qué partido fuese el presidente. Me recordó otro gran momento de la oratoria a la intemperie, cuando a raíz de la destrucción de las Torres Gemelas el presiente George W. Bush se encaramó sobre los escombros con un megáfono en la mano y yo creo que con su alocución estremeció incluso el corazón de los terroristas. A nadie le importó tampoco entonces a qué partido pertenecía el presidente, ni cuáles eran sus intereses personales. Hay dolores históricos que por su envergadura producen al mismo tiempo estupor, furia y objetividad. Gestos como el de Obama y como el de Bush son muy de agradecer en los momentos de crisis, cuando la gente ni siquiera está segura de que haya un solo esfuerzo que merezca la pena, ni siquiera el desganado esfuerzo de darse por vencido un minuto antes de romper a llorar. Puede que a Obama el futuro le reserve el disgusto de no seguir en la Casa Blanca y hasta es posible que pase a la Historia como un presidente que sólo llamó la atención por ser negro, pero estoy seguro de que su discurso en Tucson, Arizona, será recordado hasta la muerte por quienes estuvieron allí, por los que lo escuchamos y por quienes en el futuro tengan ocasión de conmemorar aquella lejana efeméride en una discreta ciudad sin prestigio, en medio de un árido paisaje de paso en el que con la lluvia sólo con un poco de suerte se reproduce la sequía. Yo fui de los que saludaron con entusiasmo la elección de Obama y aún creo en él. Pero si las cosas le fuesen mal y lo suyo concluyese en la historia de un fracaso, aún así, recordaré el día en el que habló a la intemperie en Tucson, Arizona, y muchos hombres y mujeres comprendieron entonces que a veces es en los peores momentos cuando los seres humanos caemos en la cuenta de que las mayores alegrías no serían posibles sin la grandeza del dolor que las precede.
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