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Dublín

Los vikingos esos pésimos navegantes por César VIDAL

Un barco funerario vikingo en la península de Ardnamurchan ha puesto de actualidad a estos piratas, comerciantes y malos gobernantes

Un barco vikingo en el Museo Vikingo de Oslo
Un barco vikingo en el Museo Vikingo de Oslolarazon

Un navío vikingo de más de un milenio de antigüedad ha sido encontrado en una lejana península escocesa. En su interior, se hallaba el ataúd de un caudillo militar ataviado con un escudo que reposaba sobre su pecho y la espada y la lanza al costado. Con una longitud de cinco metros, la embarcación, previsiblemente, fue utilizada en incursiones que podrían haberse extendido por Escandinavia, Escocia e Irlanda. Aunque temidos por sus expediciones predatorias –«De los normandos, líbranos, Señor», llegó a rezarse en las iglesias medievales–, lo cierto es que los vikingos no fueron buenos marinos. Sus barcos, los famosos «drakars», se desplazaban con extraordinaria rapidez y constituían excelentes almacenes del producto de sus pillajes. De hecho, su diseño permitía llevar incluso caballos destinados al asalto de poblaciones y, por supuesto, almacenar magníficamente todo tipo de bienes.

Sin embargo, por paradójico que pueda parecer, aquellas naves, en modo alguno, fueron utilizadas para llevar a cabo viajes de exploración. A decir verdad, conscientes de sus limitaciones, los vikingos se limitaban a realizar una navegación de cabotaje en la que procuraban no perder jamás de vista la costa. Fue bordeándola como llegaron a los estuarios de ríos importantes como el Sena o el Guadalquivir y, remontándolos, se adentraron en el interior para asaltar ciudades. En el caso del río andaluz, en torno al año 844, los vikingos llegaron, siguiendo la costa española, hasta Cádiz. Luego, subieron el Guadalquivir y durante tres días saquearon la ciudad de Sevilla –un episodio narrado en la novela «La mandrágora de las doce lunas»–, aunque se vieron obligados a retirarse al llegar tropas enviadas por el emir Abd-ar-Rajmán II. Semejante circunstancia explica también por qué el pueblo vikingo más avanzado – los varegos de origen sueco– logró internarse fluvialmente por territorio ruso y formar un estado en torno al Volga.

Guiados por el azar
De manera bien significativa, algunos de los nombres rusos más típicos son de origen vikingo. Es el caso, por ejemplo, de Olga que no es sino la forma rusa de Helga. El peso de esos comerciantes norteños sobre el inicio de la nación rusa ha provocado controversias a lo largo de las décadas y, por ejemplo, costó su puesto al historiador ruso Amalrík. La pregunta que surge al examinar estos datos es cómo pudieron, siendo tan malos navegantes, alcanzar los vikingos lugares tan lejanos de su territorio natal. La respuesta es que se debió al azar y, sobre todo, a la impericia de los guerreros norteños. Perdidos en medio de las nieblas o arrastrados por vientos desconocidos, los normandos llegaron en 793 a Lindisfarne, una isla situada en la costa noreste de Inglaterra.

La expedición tuvo varias consecuencias. Los monjes que habitaban el enclave se vieron obligados a huir llevando con ellos las reliquias de San Cutberto, pero los vikingos se atrevieron a dar un paso más allá. En poco tiempo, habían creado establecimientos permanentes en York, Wirral y Dublín.

Desde allí, los normando siguieron emprendiendo expediciones al otro lado del Canal, pero también fueron víctimas, según relatan sus propias sagas, de las nieblas espesas del Atlántico y de vientos que no conocían. Fue de esa manera como llegaron a Groenlandia e Islandia y, de ser cierto el dato, a la misma Terranova. Pocas veces la torpeza dio tan pródigos resultados.