Feria de Málaga
Triste paradoja en La Maestranza: espectáculo ruinoso y negocio rentable
La tarde, el espectáculo, fue un absoluto, lamentable y vergonzoso desastre ganadero ante el que, por supuesto, nadie (empresa, autoridad o apoderados) ofrecerá explicaciones. Fue algo tan triste que ni siquiera sabemos si es pertinente entrar en una valoración artística de los toreros.
Pero qué remedio… Morante intentó muchos lances y casi todos le salieron enganchados. Normal: soplaba el viento y le sobraba capote; no lo pellizcaba lo suficiente. Nada pudo hacer con el inválido primero, una calamidad de los Hermanos Sampedro mantenido en el ruedo por obra y desgracia del presidente de turno. Al cuarto, peligroso y reservón, le sacó pases de mérito hasta comprobar que era absurdo seguir intentándolo para nada.
El Juli, a fuerza de ponerse muy cerca de su primer sobrero, un bonito pero flojo sobrero de Gavira, hizo una faena aseada. Al quinto, otro sobrero de Gavira esta vez de horripilantes hechuras, no le pudo pegar ni medio pase, con lo cual queda dicho todo sobre la mansedumbre y mal estilo del enemigo.
Mientras, a Oliva Soto le aplaudieron mucho porque el chaval era el único inocente de semejante caos. Llegó de rebote y no es una figura del toreo que tenga responsabilidad en la elección del ganado. Como tiene buenas maneras, cierto duende, dejó detalles de gusto y torería, y el sabor de su toreo fue casi lo único salvable de un naufragio en toda regla. A Eduardo Canorea le gritaron desde el tendido que compraba los toros más malos del campo bravo. Y los más baratos, suponemos. Eso sí: como la plaza estaba llena, la ruina salió rentable.
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