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Las colillas del tabaco

La Razón
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Es una lástima que en nuestros colegios no se impartan clases de urbanidad para evitar que como decía aquel político europeo: «La diferencia entre España y el resto de Europa es que mientras en Europa lo público es de todos, en España no es de nadie». Por eso resulta muy difícil encontrar mobiliario urbano que no haya sido deteriorado por alguno de nuestros muchos vándalos. Si la semana pasada mencionaba lo repugnantes que resultan los escupitajos en las aceras, hoy voy a escribir de cigarrillos. La aprobación de la Ley antitabaco ha sacado a la calle a los clientes de bares y restaurantes, además de a los empleados de oficinas... Pero a nadie se le ha ocurrido pensar que decenas de personas fumando en la vereda necesitarían enormes ceniceros en los que depositar las colillas. No hay más que transitar a media tarde por una calle cualquiera de una ciudad para comprobar la alfombra creada por los restos de cigarrillos. Tengo la enorme desgracia de vivir en una calle repleta de cervecerías y observo cómo los fumadores tiran el cigarrillo encendido al suelo y regresan a su negocio, bar o lo que sea. Harta de tanto incivismo, el otro día osé preguntar a una mujer si en su casa también los arrojaba al suelo, encendidos y con esa displicencia. No se pueden imaginar lo que tuve que oír; de todo menos guapa. Una muestra de que los fumadores que no se hallan en trance de abandonar el vicio están soliviantados por tener que respetar la Ley. Mientras tanto, que alguien, por favor, obligue a poner ceniceros.