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El abogado de Pilatos

La Razón
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Por razones profesionales frecuento ese subgénero literario que es la literatura procesal o forense. No pasa por sus mejores momentos, abunda lo indigesto, lo ininteligible. Pero hay textos relevantes no por cómo dicen las cosas sino por lo que dicen. Es el caso del escrito del Abogado del Estado ante el Tribunal Constitucional en el que se opone al amparo que piden unos padres frente a la Educación para la Ciudadanía, asignatura a la que habían objetado.
Pleitearon y obtuvieron una sentencia favorable, pero el Tribunal Supremo la revocó. Han ido en amparo al Tribunal Constitucional y es ahí cuando entra en escena el escrito del Abogado del Estado. Lo relevante es que procede del defensor del Estado –más en concreto, del Gobierno–, luego sus razones son las que el «cliente» a quien defiende opone frente a unos padres que pleitean para educar a sus hijos según sus creencias.
Dice cosas positivas, como que la oposición hay que dirigirla no a la asignatura en sí, sino a los contenidos en que se concreta la Educación para la Ciudadanía. Esto es relevante porque ya hay sentencias que anulan la decisión administrativa de que se imparta con ciertos libros de texto y lo hacen tras probarse pericialmente que el contenido es militante en lo ideológico. Espero que el «cliente» del Abogado del Estado sea coherente y no se oponga a esas sentencias. Hay otros aspectos interesantes en ese escrito pero no es el momento ni el lugar para abordarlos.
La sorpresa salta al final, cuando el defensor del Estado discurre sobre la «esencia» y fundamento de la Educación para la Ciudadanía y aquí echa a perder la calidad de lo que había razonado hasta ese momento. Un escrito procesal no es el lugar más idóneo ni para la filosofía en general ni para la del Derecho en particular. Un juez decide sobre razones de legalidad, no sobre opciones, tendencias ni pareceres filosóficos. Hay quienes lo plantean y hay jueces que entran al trapo con el resultado de que unos y otros discurren por los muy poco jurídicos cerros de Úbeda. Pero aquí no lo hace un cualquiera, sino el Estado a través de su defensor.
Por tan resbaladiza trocha camina y desvaría: «la democracia no tiene que pedir perdón por ser un régimen esencialmente relativista; sanamente relativista» o la ideología de género –afirma– es cuestión de léxico. Y no tiene mejor cita de autoridad para fundamentar la Educación para la Ciudadanía que invocar a Kelsen, lo que desasosiega. Que para el jurista austriaco Pilatos fuese paradigma de gobernante demócrata inquieta; la razón es que para Kelsen, como para Pilatos -«¿Qué es la verdad?» (Juan, 18, 38)-, no hay verdad alguna, lo que llevó al Pilatos a que lo justo dependiese de una mayoría manipulada. Benedicto XVI –y antes como cardenal Ratzinger– se ha ocupado de Kelsen precisamente para señalar sus consecuencias: «una democracia sin valores se transforma en relativismo, en una pérdida de la propia identidad y, a la larga, puede degenerar en totalitarismo abierto o insidioso».
Pero descendamos a los términos de un escrito procesal. Decir que la ideología de género es una cuestión de léxico es ignorar el alcance de tamaña empresa ideológica, de sus postulados y de su «agenda», lo que denota o mala fe o que está fuera de juego. Pero más grave es que el Estado, a través de su defensor, confunda neutralidad con relativismo. La diferencia es mayúscula: si fuese neutral garantizaría que las opiniones y creencias, dentro de los límites del orden jurídico y de los derechos de los demás, están salvaguardados y que a nadie se le impone creencia ni ideología alguna y menos en los colegios.
Entonces ¿qué es el relativismo? Relativismo es un Estado que lidera una cruzada antitabaco –delación incluida– y reparte el veneno hormonal de la píldora postcoital, que castiga a bares y fumadores y ampara a clínicas donde mueren miles de seres humanos. Es presentar a unos padres que quieren educar a sus hijos según sus convicciones como enemigos del orden jurídico democrático –al escrito del Abogado del Estado me remito– y callar ante unos políticos que hacen gala de incumplir las sentencias que contrarían sus intereses; relativismo fue negar que hubiera crisis y a los pocos meses decir que vivimos la peor conocida, o recibir y agasajar al representante de una tiranía simplemente porque viene con la chequera bajo el brazo, etc.
Probablemente el relativismo en política lo resume un muy, pero que muy relevante político nuestro al enmendar a Jesucristo: «no es la verdad lo que nos hace libres, es la libertad lo que nos hace verdaderos». Soy verdadero cuando hago y digo lo que me conviene. Si éste es el fundamento de la Educación para la Ciudadanía hay que agradecer al Abogado del Estado su claridad: no había leído una confesión de parte tan sincera del modelo de ciudadano y ciudadanía que defiende su cliente: el nuevo ciudadano es el que vive al margen de valores y principios morales; no hay verdad; sino conveniencia; no hay principios sino mayorías manipuladas. Que se lo digan a Pilatos.