España

Paz y razón «II»

La Razón
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La estancia de Su Santidad se ha convertido en un hecho histórico y universal que no ha pasado inadvertido a nadie. En su anterior visita a España, tuve la oportunidad de escribir en esta misma tribuna, entre otras, las siguientes palabras: «Resulta muy difícil sustraerse a valorar la visita de su Santidad a España, y permanecer neutral e impasible ante ello. Los políticos se afanan en construir discursos que motiven y seduzcan a los ciudadanos para defender sus tesis, y de repente un solo hombre, una sola persona con un sola frase, sencilla, entendible, nos enfrenta a lo que somos, a lo que algunos quieren que seamos, y nos recuerda de dónde venimos, cómo se forjó nuestra cultura, y ello al margen de cualquier posicionamiento político…». Las sigo utilizando ante su plena vigencia. Los mensajes han sido variados y enriquecedores, recordándonos la universalidad y sobre todo la trascendencia de la dimensión humana. Llegó y se marchó dejando un mensaje de esperanza para los jóvenes, para aquellos que han oído ya la voz de Dios y para los que han recibido «tan sólo un leve susurro», y les ha pedido «con todas las fuerzas de su corazón» que no se avergüencen del Señor, de vivir a cara descubierta sus creencias. Pero también ha trasladado su preocupación por los problemas de los jóvenes, entre los que se encuentra la grave situación de paro juvenil, especialmente en nuestro país. España ha pasado de ser un Estado confesional (el catolicismo era la religión del Estado y todo español, a priori, era católico), a uno aconfesional (no hay religión del Estado, pero el Estado tendrá relaciones con la Iglesia Católica, y «demás confesiones»). Para algunos el siguiente paso debería ser como en Francia, el Estado laico; en la laicidad no hay relación entre Estado y religiones, son dos esferas distintas. Pero dentro de la laicidad caben, entre otras, dos posibilidades, la «laicidad en sentido positivo», y «laicidad en sentido negativo o laicismo». La «laicidad en sentido positivo» implica un «Estado con una neutralidad religiosa positiva» (el Estado reconoce el derecho a la libertad religiosa de los ciudadanos y favorece su ejercicio, sin hacer suya ninguna religión en concreto ni discriminar a ningún grupo por razones religiosas). La «laicidad en sentido negativo», implica un «Estado con una neutralidad religiosa negativa», que dependiendo de los países va desde una radical separación entre Estado y cualquier hecho religioso, hasta considerar las religiones más bien como una actividad peligrosa para la convivencia que debe por tanto ser ignorada y marginada. Pero el problema es que a veces algunos lo confunden. Me remito al artículo de la semana pasada sobre lo que nuestra Constitución predica al respecto. Pero lo que no se debe olvidar, es que la libertad religiosa está en el origen de la construcción histórica de los derechos y libertades, en cuanto este derecho está en el cimiento del sistema democrático liberal. Abarca la libertad de conciencia, que permite tener y mantener las propias creencias con el único límite de los derechos ajenos; la libertad de confesión, que permite manifestar las propias creencias religiosas, e incluso con el ánimo de intentar extenderlas; y la libertad de culto, que permite la manifestación de ritos y ceremonias religiosas, tanto en recintos privados como públicos, con las únicas limitaciones que impone el orden público. Nuestra Constitución tiene más referencias al fenómeno religioso. Así, en el art. 27.3 establece el derecho de los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con su propias convicciones, y de una forma tácita está implícito en el artículo 27.6, donde se instaura el derecho a la creación de centros docentes, sin más límites que el respeto a los principios constitucionales. Pero por encima de los parámetros constitucionales y legales, para los cristianos, Dios es trascendente y su modo de ser es radicalmente distinto a cualquier otra cosa del universo, idea de la que están muy alejadas las ideologías débiles, lo cual obliga la búsqueda del bien y de lo justo de forma permanente. El sometimiento total de la sociedad al imperio indiscriminado de la Ley establece entre los hombres el vínculo de una solidaridad abstracta, en la que se intenta solucionar la inevitable diversificación social; pero esto no debe impedir la búsqueda y discernimiento de lo justo y de lo injusto, de lo bueno, de lo malo, y no sólo en la incidencia del hecho religioso en el plano individual, sino que hace compatible el uso de cauces democráticos, para intentar llevar al plano de la legalidad los cánones de espiritualidad, así como de principios y valores que garanticen la defensa de la esencia y trascendencia del ser humano y sus creencias, porque nuestro sistema político así lo permite, si bien ese plano colectivo deberá pasar el éxito del sistema de las mayorías democráticas.