Viena
La princesa de hielo
Aseguran los psiquiatras que las asesinas son proclives al uso de venenos, pero nuestra novia negra de Viena demuestra que tampoco le hacen ascos a la chacinería. Como antaño la cocina, el arte cisoria es cosa de mujeres pero deshuesar a la víctima exige musculatura y algún conocimiento anatómico. («Tomates verdes fritos»). Ya se sabe que matar es muy fácil pero deshacerse del cadáver es trabajo de romanos. Hay que haber leído a Sir Thomas de Quincey en su «Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes» y en «Confesiones de un comedor de opio inglés». Quincey fundó una sociedad para el fomento del vicio y desprecio de la virtud, pero no llegó a describir esa escalera con peldaños triangulares al sótano de la gentil heladera vasca, Estíbaliz Carranza, donde enfrió en cuartos a los generosos novios que la financiaban. Hay que vestir un impermeable de plástico («American Psycho») porque un cuerpo contiene más humores que las cloacas vienesas («El tercer hombre») y una dama habrá de usar una buena sierra porque el hacha es basta y obliga a mucha fuerza. Aun así, nuestra heroína olvidó en su trastero la cabeza de uno de sus benefactores amorosos. Con las prisas y los nervios, la española soslayó lo expeditivo: el baño prolongado en agua regia, (la loza resiste) con lo que quedaría el esqueleto, que, doblado como un recortable, cabe en un bolsón. Austria está espantada y tiene más miedo a esta novia que a nuestros pepinos. Poe no llegó a imaginar tanto porque nunca nos acordamos de la «Mantis religiosa» que come la cabeza del macho mientras copula. El empobrecido cine austríaco ya tiene película.
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