Génova
El hombre tranquilo
Solemne, conciliador, dejando entrever algunas vetas de una emoción que no permitiría que se desbordarse; tampoco la euforia, ni siquiera cuando se dirigió a sus simpatizantes, aunque se permitió algunos lujos poco comunes en un hombre nada dado a los excesos cuando les dijo a todos los que agolpaban, casi se tenían que poner de canto, «Botad, sí, botad todos, menos Soraya, que no le conviene». «Mariano Rajoy en estado puro», comentaban personas de su entorno, que admitían que sí, que desde la séptima planta de la sede del PP en Génova, Rajoy contemplaba el futuro, su futuro, sereno, pero sabiéndose presidente intentando que esta jornada tan excepcional se desarrollase de la forma más natural posible. Difícil porque es un hecho singular que, desde las siete de la tarde, hora a la que llegó a Génova, su despacho adoptaba el aspecto de su cuarto de estar en un día festivo. No en vano estaba su esposa, Elvira, su padre, sus hermanos, sus cuñados... y parte de la «otra familia», la política que le ha acompañado en estos años como Ana Mato, Esteban González Pons, María Dolores de Cospedal, Soraya Sáenz de Santamaría, que por su recién inaugurado estatus de madre llegó más tarde... El presidente electo esperaba el recuento sin inquietarse, con prudencia y con una enorme responsabilidad. Sólo él, y unos dos o tres de sus colaboradores, sabían que Rajoy se dirigiría al país con un tono institucional. Salvo Ramírez, nadie del departamento de Prensa lo sabía. Dice de sí mismo que es un hombre previsible, ayer no lo fue, eso sí, sólo por este detalle.
Flexible, pero inalterable, era consciente de que Génova estaba siendo tomada por los militantes y simpatizantes que pugnaban por entrar con la justificación de «yo he votado al PP desde que era Alianza Popular». Buen argumento, pero no colaba. A la sede popular casi se le rompían las costuras de tanto trajín en los pasillos. En la calle, cortada al tráfico, se esperaba a Rajoy como hace apenas cuatro meses se aguardaba a la Selección. Parecido ánimo mientras Rajoy sonreía y se permitía demostrar su cariño por su esposa con un beso... previsible, pero inesperado. Fue de las pocas sorpresas de una noche histórica.
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