Zaragoza

Una fiesta por Lucas Haurie

La Razón
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Hoy se celebra la Fiesta Nacional en España, nación grande y añeja la mayoría de cuyos ciudadanos prefiere disfrazar la conmemoración de las más variopintas maneras: aquella cosa sumamente rancia del Día de la Raza devenida en algo tan cursi como «el encuentro entre dos mundos» para no molestar con la palabra «descubrimiento»; el santo de la tía Pili; la feria taurina de Zaragoza; o la última ocasión, sin justificación explícita, para ir a la playa aprovechando este veranillo de San Miguel en verdad desproporcionado. Cualquier cosa antes que admitir una sombra de ese patriotismo que rebosa por todos los poros el 28 de febrero y que provoca riadas de sudor albiverde a los políticos cada 11 de agosto, cuando acuden a honrar la memoria de Blas Infante. O sea, que vivimos en un país raro de cojones en el que la unión no hace la fuerza sino todo lo contrario: pueden más diecisiete taifas recientísimas e irreconciliables que la conjunción de todas ellas. ¿Se imaginan cinco dedos golpeando cada cual por su lado en lugar de apiñarse en un contundente puño? Pues eso es España, una mano abierta y, por consiguiente, expuesta a cualquier fractura. Pensándolo bien, hay poco que festejar porque ni siquiera consta que en los planes de estudio dictados por la progresía autonómica se incluya una sola línea explicativa sobre la significación del 12 de octubre. ¿Existirá un solo niño americano o francés que ignore qué sucedió el 4 o el 14 de julio?