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Más productividad para crear empleo por Rafael Salgueiro

La Razón
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El progreso de Andalucía desde el comienzo de la andadura autonómica se ha manifestado sobre todo en una potente dotación de infraestructuras, en la ampliación de servicios públicos de todo tipo y en una innegable elevación del nivel de vida que traduce el crecimiento de la renta per cápita, aunque llevamos décadas sin superar el 80% del promedio español de forma que no se ha producido una convergencia significativa. Sin embargo, sistemáticamente la renta per cápita –la renta de la que disponemos de forma directa o en forma de servicios y transferencias públicas- ha sido superior a nuestro PIB per cápita, lo que viene a reflejar la existencia de una diferencia permanente entre la renta de la que disfrutamos y lo que somos capaces de producir, soportándose esta diferencia con las transferencias recibidas del resto de España y de la UE. La reciente publicación del Observatorio Económico de Andalucía «un programa de ajuste y competitividad para Andalucía», pone de manifiesto que nuestro crecimiento se ha apoyado en la expansión de una demanda interna, suma del consumo e inversión privado y público, que superaba lo que produce la región y a la renta generada, dando lugar a un desequilibrio entre el PIB y la demanda que ha llegado a ser del -17,4% en 2007, frente al -6,8% en España y al 0,6% en la UE-27. Esta diferencia, atenuada durante la crisis, es reflejo de que la proporciones de gasto e inversión pública y privada en relación con el PIB han sido superiores a las de España y UE, y han podido ser financiadas mediante las mencionadas transferencias públicas y mediante endeudamiento, especialmente del sector privado. Pero, es evidente que este desequilibrio, de por sí inconveniente para lograr un crecimiento económico sano y sostenido, ya no podrá seguir siendo soportado desde el exterior de la región, de modo que sólo cabe pensar en que habrá de continuar el proceso de ajuste que estamos viviendo.

Y en este proceso de ajuste, la consecuencia más visible y más dramática es el elevado nivel de desempleo que padece la región. Pero, para comprender algo mejor lo que nos ha venido sucediendo y cómo habrá que actuar en los próximos años, conviene contemplar que el PIB per cápita no es un mero cociente, sino el resultado de la combinación entre el número de ocupados y la población y de la producción (medida como valor añadido) que realizan esos ocupados: PIBpc = (Valor Añadido / Ocupados) x (Ocupados / Población). Es obvio que el simple crecimiento de la ocupación, como sucedió en años ya pasados, no tiene una traslación intensa al PIBpc si no va acompañada por un trabajo realizado en actividades con una productividad elevada. Sin embargo, la productividad de la economía andaluza (que en buena medida se asocia con la competitividad) es baja en términos relativos, de forma más acentuada que la del conjunto de la economía española. Esta menor productividad no se debe sólo a la distribución sectorial de la economía, sino que se manifiesta también en el interior de cada sector, en casi todas las ramas de actividad que no están abiertas o afectadas por la competencia internacional.

En consecuencia, el progreso de la economía andaluza y la contribución de ésta al sostenimiento del Estado de Bienestar mediante impuestos y cotizaciones no puede basarse sólo en la elevación –aunque sea imprescindible– del nivel de ocupación sino también, y quizá sobre todo, en el crecimiento de la productividad de las actividades económicas que se realizan en Andalucía.

Ese crecimiento de la productividad no depende sólo de la introducción de mejor tecnología en los procesos productivos, sino también de la organización del trabajo –dirección del trabajo en las empresas, cualificación laboral y marco de regulación laboral–; de una actuación satisfactoria de la Administración, en cuanto a la regulación que establece y a la eficacia de sus procedimientos; y desde luego de la orientación adecuada de los incentivos económicos que pervivan. La mejora de la productividad de nuestra economía requiere también la contribución de otros factores, como son el precio de la energía, los costes asociados a la localización o los costes de cumplimiento de la regulación, entre otros.

En definitiva, siendo el desempleo el problema principal, la política económica no puede descansar en la mera creación de empleo y en la aplicación de las políticas asociadas a este objetivo, que por otra parte son manifiestamente mejorables a tenor de los resultados que se han logrado hasta el momento. Será necesario mantener la misma tensión hacia la mejora de la productividad de la economía andaluza en su conjunto, en cada rama de actividad y casi al nivel de cada unidad productiva que sea o haya sido capaz de superar una crisis que ha desvelado todas nuestras deficiencias. Reconocerlas sin ambages y actuar decididamente sobre ellas es una condición imprescindible para retornar al camino de un crecimiento económico sano, el que se apoye en el aprovechamiento de las oportunidades que ofrece la región y en el talento y las capacidades de los andaluces. Pero, esta vez, sin querer tomar atajos y sin creernos los espejismos.

Rafael Salgueiro
Profesor de la Universidad de Sevilla