Noruega

Tocados por la mano de Dios

El doble ataque en Noruega dejó una madre y su hijo muy cerca de la muerte. Los dos, separados, fueron tocados por la mano de Dios y escaparon milagrosamente de la furia del asesino Anders Behring Breivik. Una llamada del taller mecánico donde tenía su coche hizo que Gina Lund saliera de su oficina en la sede del Gobierno noruego 15 minutos antes de que la bomba explotara en el edificio.

Knut, y su madre, Gina, se salvaron del plan de Breivik
Knut, y su madre, Gina, se salvaron del plan de Breiviklarazon

Aliviada de haberse salvado, sin embargo, llora la muerte de su compañera de despacho. A poco más de 40 kilómetros del atentado, en la isla de Utoeya, su hijo Knut Frydenlund estuvo cara a cara con el asesino, pero logró esconderse detrás de una roca y nadar cerca de una hora en las frías aguas del lago Tyrifjord, hasta conseguir huir del terrorista.

Knut, estudiante de Historia en la Universidad de Oslo, de 22 años, había llegado tres días antes de la matanza a la isla para trabajar en un kiosco atendiendo a sus compañeros más jóvenes del Partido Laborista. «Pasamos los primeros días del campamento debatiendo sobre política con los compañeros, pero también nadamos, jugamos al fútbol, tocamos música y disfrutamos del sol», relata el joven.

Todo eso hasta que llegó a Utoeya la información del atentado en la sede del Gobierno, donde trabaja su madre. Eran justo las 15:30 horas de ese fatídico viernes y la noticia lo dejó conmocionado. Fue entonces cuando Knut, preocupado, le escribió un mensaje de texto a su madre: «¿Estás bien?». Ella le respondió que sí y que se quedara tranquilo. Knut volvió a escribirle: «Voy a ir al centro, he sabido que ha muerto gente que trabajaba contigo y quiero ir a acompañarte». La madre le contesto que no: «Quédate ahí en la isla que es donde estarás más seguro».

Incertidumbre

Treinta minutos más tarde Gina recibió el tercer y último mensaje de su hijo, esta vez, eso sí, era otro el tono que utilizó Knut. «Me decía unas palabras muy fuertes, de amor por mí y por la familia, me dijo cuánto me quería y que volvería a estar conmigo».

Y es que mientras los jóvenes en Utoeya hablaban sobre lo absurdo de lo ocurrido en Oslo y Knut le enviaba mensajes a su madre, el asesino, armado y vestido de policía, atracó en la isla y comenzó a disparar. «Inmediatamente llamé a mis amigos. Éramos unos veinte, corrimos hacia un bosque, ayudamos a los primeros que ya estaban heridos y nos escondimos detrás de unas rocas en la orilla del lago», relata. A Knut todavía le dan vueltas en su cabeza las primeras palabras del asesino: «¡Venid, salid, soy de la policía y he venido a ayudaros a evacuar!», aunque el joven estudiante no le creyó.

Cuando el homicida se aproximó a Knut y sus compañeros, ellos se lanzaron al agua. «¡Él disparaba en nuestra dirección, vi cuerpos flotando y, de milagro, ninguno de los proyectiles me alcanzó», añade. Knut vio de cerca la muerte de algunos de sus compañeros. «Estaba nadando y le vi disparar a las personas que subían a la misma roca donde yo había estado hacía un rato.

Algunos de ellos ya estaban muertos, pero él seguía disparándoles», recuerda. Había mucha gente en el agua cuando las primeras embarcaciones privadas llegaron ofreciendo ayuda y Brevik comenzó a dispararles. «Aun así, los barcos siguieron prestándonos auxilio. Los más jóvenes, de 13, 14 y 15 años, fueron los primeros en ser socorridos por tener menor resistencia al agua fría», cuenta. Knut era uno de los mayores y eso le permitió resistir mejor el frío y ayudar a los menores a salvar la vida. «Me fui en el último bote, estuve cerca de una hora en aquel agua gélida».

Una vez a salvo, fue trasladado al Hotel Sundvollen, donde se encontró con su padre y supo que seis de sus mejores amigos habían muerto en la masacre.

La madre de Knut abandonó su oficina al recibir una llamada del taller mecánico donde le decían que su coche estaba listo. Fue allí donde le llegaron los SMS de su hijo. «Con el último mensaje me empecé a desesperar», relata. «Sabía que había algo raro, entonces me metí en internet y me enteré de lo ocurrido», agrega. De ahí en adelante «fueron horas de verdadera pesadilla... estuvimos horas y horas esperando noticias», relata Gina. Cuando al fin se reencontró con su hijo, Gina se tranquilizó: «Fue como haberlo tenido (a Knut) por primera vez de nuevo, como un nuevo nacimiento».