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OPINIÓN: La gloria de Dios y la gloria del hombre

La Razón
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En la conferencia de Prensa que ofreció la tarde del día 7 de noviembre, el padre Federico Lombardi, portavoz y director de la oficina de prensa del Vaticano, hizo esta declaración: «Ha sido un viaje muy expresivo que ha mostrado el valor de la religión y la presencia de Dios en la sociedad. La liturgia de esta mañana es la expresión más solemne, más articulada entre hombre y Dios que he visto durante los cinco años de pontificado».

Se refería a la ceremonia de dedicación de la basílica de la Sagrada Familia, al conjunto del acto y sobre todo a la homilía del Santo Padre. Realmente hemos de dar gracias a Dios porque la originalidad del templo de Gaudí tuvo en Benedicto XVI un intérprete a la altura de la obra que se dedicaba a Dios. Esta obra fue definida por él como «un signo visible del Dios invisible, a cuya gloria se alzan estas torres, saetas que apuntan al absoluto de la luz y de Aquel que es la Luz, la Altura y la Belleza misma».

La gloria de Dios es también la gloria del hombre. Y, negativamente, el ocaso de Dios es también el ocaso del hombre. Sin embargo, el Papa remarcó más el aspecto positivo: el valor del esfuerzo de la inteligencia humana capaz de construir una obra de arte a alabanza del Creador. Este tema tiene un lugar muy remarcable en la tradición cristiana. Ya san Irineo de Lión, en el siglo II de la era cristiana, decía que la gloria de Dios es el hombre viviente: Gloria del Homo vivens.

Fue muy sugerente para nosotros la lectura que el Papa hizo de la persona y la obra de Gaudí. Algunos observadores expresaron su admiración por la calidad de la información del Papa sobre nuestro gran arquitecto. Fue especialmente feliz la afirmación de que a Gaudí le llegaba la inspiración a partir de los tres grandes libros en los que se alimentaba como hombre, como creyente y como arquitecto: «el libro de la naturaleza, el libro de la Sagrada Escritura y el libro de la Liturgia».

Hay una armonía entre estos tres libros, ya que es el mismo Dios el que crea y el que salva. Benedicto XVI, en su reciente exhortación apostólica sobre la Palabra de Dios, nos habla de la «Cristología de la Palabra» y nos dice que «podemos contemplar así la profunda unidad en Cristo entre creación y nueva creación y de toda la historia de la salvación». Jesús es el centro de la creación y de la historia, porque se unen sin confusión el autor y su obra.

En la Sagrada Familia, el Papa nos invitó a unirnos en la glorificación de Dios ante aquel Cántico de las criaturas en piedra y en luz, porque –así nos lo recordó- Gaudí «introdujo piedras, árboles y vida humana dentro del templo para que toda la creación convergiera en la alabanza divina, pero al mismo tiempo sacó los retablos afuera, para poner ante los hombres el misterio de Dios, revelado en el nacimiento, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo».

El día anterior, en la plaza del Obradoiro, ante la catedral de Santiago, lugar también rebosante de arte, cultura y significado espiritual, Benedicto XVI unió a la gloria de Dios la gloria del hombre, ya que la causa de Dios y la causa del hombre, para nosotros, los cristianos, son inseparables, porque este Dios y este hombre son los que se han manifestado en Cristo de una manera histórica y concreta. Y confirmó esta afirmación diciendo:

«Dejadme que proclame desde aquí la gloria del hombre, que advierta de las amenazas a su dignidad por el expolio de sus valores y riqueza originarios, por la marginación o la muerte infligidas a los más débiles y pobres». Es un mensaje capaz de ilusionar a los cristianos de hoy. Pero no podemos olvidar que es también un mensaje muy exigente para los que llevamos el nombre de cristianos.


Lluís MARTÍNEZ SISTACH, arzobispo de Barcelona