Cine
Diario de un hombre lobo en Sitges: América desaparece
Dicen los que saben de esto que las películas de zombies reflejan los miedos de la sociedad, especialmente en tiempos de crisis: la masa devora al individuo, lo absorbe y lo convierte en un ser que no ha de pensar, esclavizado en un mundo que deja de funcionar.
Contra eso, cabe luchar por ser uno de los pocos elegidos para mantener en pie la civilización. Supongo que el análisis es válido para el subgénero apocalíptico, el de los virus que se cargan a media humanidad, una rama que a menudo ha compartido subconjuntos temáticos y pautas estéticas con la de los zombies, como en "28 días después"y "Soy leyenda"o la saga de "Resident Evil".
A todos nos aterra ser de los pocos que quedan vivos en el planeta. ¿O no? Una fantasía recurrente que exploran estas películas es la del náufrago: no soy experto en psiquiatría e ignoro si habrá algún síndrome de Robinson, pero seguro que más de un lector de cómics habrá fantaseado con ser "el último hombre sobre la tierra", como en la saga de viñetas de Brian K. Vaughn, un escenario que ponga a prueba nuestra capacidad de supervivencia (en el cómic además con el aliciente de que el protagonista se quedaba solo en un mundo poblado por mujeres…).
Pero hay que tener cuidado con lo que se desea: no me gustaría verme en la piel de los protagonistas de "Vanishing on 7th Street", cinta a caballo entre lo apocalíptico y la "ghost movie"que firma Brad Anderson. Al director de "thrillers"tan terrenales como "Transiberian"y de la magnética "El maquinista"le pega poco esta nueva piel, ser el hombre que mueve los hilos de los sustos cuando se hace la oscuridad.
Y es que, como en la infravalorada "Pitch Black"(tener al cachas Vin Diesel perjudicó a la repercusión de esta gran cinta de terror espacial y acción), en "Vanishing on 7th Street", algo así como "Desvaneciéndose en la calle 7ª", vista hoy a concurso aquí en Sitges, los personajes tendrán que intentar permanecer a la luz. La que sea: lámparas, linternas, velas… Alejarse de ella significa morir al instante, chupados hasta la nada por unas fuerzas sobrenaturales que, de golpe, se han "zampado"a toda la humanidad, salvo aquellos que tuvieron la suerte de tener una luz a mano.
Quedan pocos, contados, y la cosa no tiene explicación. Sólo les queda aguantar, y esto, más que los sustos de la cinta –un poquito convencional en su desarrollo- es lo aterrador de la propuesta de Anderson: pensar que todo será engullido por las sombras. Las civilizaciones caducas desaparecen, se desvanecen, mueren.
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