«La sombra prohibida»: Una catástrofe

«La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo e intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido». Las palabras de H.P. Lovecraft son una tautología que, desgraciadamente, muchos practicantes del cine de terror ignoran. Porque el miedo a lo invisible, a lo oscuro, a lo innombrable, sólo para utilizar tres adjetivos caros a la literatura del autor de «Dagon», es la fuente del miedo más puro. José Luis Alemán toma el nombre de Lovecraft en vano para rematar esta indigna, inefable secuela de «La herencia Valdemar», sin hacer caso, por supuesto, de sus sabios aforismos. Si el argumento de los relatos del genio de Providence se asfixiaba bajo la bruma atmosférica de una invocación constante a un terror sin forma, la película de Alemán se pierde en explicaciones que quieren dar forma a lo que no la tiene.

El referente más claro de «La sombra prohibida» es «La novia del diablo», de Terence Fisher, pero el resultado se parece peligrosamente a los subproductos de un fantástico español que en los 70 afrontaba su inconsistencia con más honestidad. El despilfarro digital de esta catástrofe no logra camuflar lo inenarrable de sus interpretaciones, lo absurdo de su trama, lo patético de sus diálogos. En dos palabras, una vergüenza.