Hollywood

Jurado brilla pero se pierde con el texto

La página en blancoDe Pilar Jurado. Solistas: Otto Katzameier, Nikolai Schukoff, Pilar Jurado, Natascha Petrinsky, Hernán Iturralde, Andrew Watts. Dirección musical: Titus Engel. 11-II-2011. Teatro Real.

Una imagen de la representación de «La página en blanco»
Una imagen de la representación de «La página en blanco»larazon

Algunos descubrimos a Pilar Jurado, apenas veinteañera, cantando con frescura y primor insuperables en el estreno de esa obra maestra de Luis de Pablo que es «Antigua fe», en 1992. De entonces a hoy, Jurado se ha convertido en un fenómeno mediático, con un arte de la comunicación que para sí quisieran «stars» de Hollywood, con el que ha conseguido –insistiendo, ella la primera, en el sexismo de que es la primera mujer que estrena en el Teatro Real– despertar con su «Página en blanco» una expectación sin precedentes.

Una ópera consta de varios elementos sustanciales. La música, desde luego. Y esta es magnífica, no baja del notable alto y alcanza en más de la mitad de sus 106 minutos lo sobresaliente. Jurado escribe con claridad envidiable, y todos los «gestos» de su orquesta se oyen sin atisbo de emborronamiento, y el contenido musical de ese «narrar» instrumental es de muy alto nivel: sin duda un gran trabajo, uno de los mejores de la autora madrileña.

Libreto imposible

Otro componente clave es la palabra, el libreto. Y este, de la propia autora, es imposible, infumable, y termina por lastrar el discurso sonoro de forma terrible, provocando en ocasiones la hilaridad. No todos los compositores pueden ser Richard Wagner, caso especial en la historia de literato-compositor. Y no hay héroe bajo la capa del sol que consiga musicar cosas como «Sólo se trata de un cerebro estimulado a través de una realidad virtual y unos transmisores intraneuronales de última generación» o «le presento a mi gran amigo el catedrático Xavier Novarro, una de nuestras eminencia internacionales en cibernética».

Tremendo error no haber confiado la redacción del texto a un profesional. Otro factor es el canto en sí mismo, y Jurado, gran cantante que domina un repertorio enorme, se va por los cerros de un Úbeda de un ya cansino y agotado «parli-canto», que apenas se remonta en la hermenéutica aplicada de un aria que ha escrito para sí misma.

Cuenta, claro que sí, la puesta en escena, globalmente brillante y efectiva, con sus interpolaciones del Bosco incluidas, de David Hermann, aunque la dirección de actores brillase por su ausencia. Fue magnífica la labor directorial del suizo Titus Engel, que se sabía la obra del derecho y del revés, y excelente la respuesta de la Sinfónica de Madrid, vehículo perfecto para la sabia escritura instrumental de Jurado.

Esta obra fue encargo de Antonio Moral, ya al final de su etapa como Director Artístico del teatro, pero el siempre zorruno Gérard Mortier, listo como él sólo, se ha implicado de tal forma en el proyecto que ha conseguido que hasta Jurado le incluyera en el texto, con un director francófono de teatro de ópera que hasta se llama Gérard M. Y es que Jurado refulge en lo suyo, que es la música, pero la palabra…