Ibiza
Llongueras no te necesito
El mediático peluquero Luis Llongueras se ha quedado en situación de peine parado, despedido de su famosa empresa por su propia hija. Se repite la vieja historia: Cría barberas y te cortarán el cuello. Lo triste es que ni siquiera le ha puesto de barba y patillas en la calle de viva voz ni en ardiente «tète a tète». No, simplemente le ha enviado un frío y desolador burofax para darle para el pelo, un recurso tan impersonal y antipático como el de aquel que educó a un loro para echar al personal. ¡Así pagan los vástagos los esfuerzos de sus progenitores cuando empiezan a poner negocios a su nombre para desviar impuestos!
¿Y qué va a ser ahora de nuestro estilista capilar número uno, con permiso de «Ruphert te necesito», ahora que dan por innecesarios sus servicios? Con él se perdería algo más que un curioso personaje de estridente voz nasal y fuerte acento catalán de aspecto extravagante. Se iría un concepto del peinado como desmelene que, quiérase o no, marcó una época, que retorna en ciclos como rulos en la libertad contra la rigidez lacada. Para mí lo más divertido de Llongueras es que era un hippie de Ibiza, en plena época de las greñas al aire y escaso cuidado por el corte de puntas, la protección de raíces, el PH y todas esas gaitas, que de pronto decidió lanzarse a las tijeras, el «shampoo» y el secador y hacerse escultor de cabezas, o artista de cabelleras, con un éxito inusitado. La pelambre que lucía no era precisamente la mejor propaganda de su trabajo, pero sirvió para convertirlo en un personaje popular con ayuda de sus apariciones televisivas.
El problema, como tantas veces, ha sido la traición del triunfo, que da la puñalada cuando las pintan calvas. El Fígaro se quiso construir un imperio de peluquerías, tratamientos y productos cosméticos y eso le ha valido un peine. Dándose cuenta, demasiado tarde, de que no tenía el moldeador por el mango. Triste destino el del peluquero que al final sale trasquilado.
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