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Tíbet cambia la túnica por la corbata

El Gobierno tibetano en el exilio ha cambiado la túnica granate y amarilla del Dalai Lama por el traje oscuro y la camisa azul de Lobsang Sangay. Este profesor universitario de 42 años nunca ha pisado la tierra de sus padres y lleva 15 años viviendo en Estados Unidos, concretamente en el campus de Harvard.

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Sin embargo, ayer se convirtió en «Kalon Tripa» (primer ministro) tras cosechar el 55% de los votos en las primeras elecciones llevadas a cabo por el movimiento político-religioso que reivindica la «restauración de la felicidad y la libertad» a las faldas del Himalaya.

La agrupación, que mantuvo vivo el espíritu teocrático del budismo tibetano tras la ocupación de las tropas comunistas, se llama «Administración Central Tibetana», tiene algo más de mil personas a su cargo y no posee ningún poder que no sea simbólico. El Dalai Lama conservará su papel como símbolo y faro espiritual. Aun así, dentro del movimiento muchos temen las consecuencias de este salto hacia la modernización democrática.

Entre otras cosas preocupa que sin la sonrisa mediática del Dalai Lama, las reivindicaciones tibetanas vayan cayendo en el mismo olvido que sufren otros gobiernos en el exilio repartidos por el mundo. El de la etnia karen, en la no tan remota Birmania, es un buen ejemplo del grado de ostracismo al que puede someter la indiferencia internacional. Mientras los tibetanos disfrutan de un amplio respaldo internacional y mediático, y manejan un presupuesto de unos 20 millones de dólares anuales, los ministros karen viven en chozas de bambú, sin agua corriente, en un campo de refugiados en la frontera con Tailandia.

Cierto es que al Dalai Lama, a sus 76 años, no le quedaban demasiadas opciones. El régimen chino, que considera este movimiento un «grupo terrorista», lleva años preparando la sucesión colocando en primera fila a monjes budistas leales al Partido. La idea de rejuvenecer y modernizar el autonomismo tibetano busca que la causa tibetana sobreviva a la de-saparición de su carismático líder. Y es que el Dalai Lama, además de tener mucha prédica en las mansiones de Hollywood y las librerías de autoayuda, es venerado con devoción por miles de tibetanos.

Una comunidad que vota desde el exilio
Más de 83.000 personas estaban llamadas a las urnas en las primeras elecciones de la comunidad tibetana en el exilio. La gran mayoría huyó de la región en los años cincuenta y hoy forman una minoría en India, donde se calcula que son más de 150.000. Otros miles de tibetanos escaparon a países vecinos, como Nepal, o lejanos, como Canadá o Suiza. Su presencia es significativa en EE.UU, país que apoyó la causa del Dalai Lama para desestabilizar la China comunista durante la Guerra Fría. Es, sin embargo, en la Región Autónoma de Tíbet, en China, donde viven la mayoría de los tibetanos, más de cinco millones.