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El descenso a los infiernos por Lluís Fernández

La Razón La Razón

Antes de ser un juguete roto, Whitney Houston fue una cantante de voz prodigiosa, una estrella del pop y una glamourosa diva del cine. El director de «Fuego en el cuerpo», Lawrence Kasdan, escribió el guión de «El guardaespaldas», filme que la convirtió en un mito. Ambos destellaban más refulgencias en las escenas de amor que una bola de discoteca. Sin embargo, su vida no era esa burbujeante copa de champán donde parecía nadar a sus anchas. El rapero y también delincuente Bobby Brown se convirtió en su marido y en su peor pesadilla.

Las drogas, la violencia doméstica, los escándalos continuados de ambos, las imágenes de la diva demacrada, durmiendo en la calle o saliendo en la telebasura contando sus intimidades eran la cara chunga de «El guardaespaldas». Un diálogo de esta película arroja luz sobre el carácter inestable de la estrella: «No creo en la disciplina. Sé que en el momento crucial pasaré de todo». Lo que aquella frágil estrella fugaz necesitaba era una persona que estuviera pendiente de ella y la cuidara, no un vendedor de crack que sacara su lado siniestro. Ni las drogas duras tienen glamour ni el descenso a los infiernos el prestigio de la rebeldía. Son eso, el espectro de la muerte de Whitney.
 

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