Infraestructuras ferroviarias
Sin tabaco
A penas dos meses sin el humo de los cigarrillos y mientras muchos se sienten felices de volverse a ver las caras tras haberlas tenido ocultas tras columnas de humo, otros siguen sin entender la extrema rapidez con la que se han ido tomando las decisiones gubernamentales al respecto. Recapitulemos: en un principio se permitió que se fumara en unos locales y en otros no, dependiendo de sus dimensiones, y se ofreció la posibilidad de que los de más de cien metros se repartieran entre el humo y el aire, previa obra que amurara el primero.
Un año más tarde, por obra y gracia del Ministerio de Sanidad, el humo se iba de todo lo público y se pasaba a las aceras. En ellas, al calor de unas setas mágicas de gas, los fumadores, con más puntos para adquirir ese tabaco, cuyo 70 por ciento del precio revierte en impuestos del Estado, se llenaba los pulmones con su droga preferida. Las calles inundaron de humo, ruido y quejas y, al poco, las setas que habían supuesto una nueva inversión tras la primera obra fallida, quedaron también prohibidas por contaminantes y poco ecológicas. Ahora, dicen, si alguien quiere colocarlas, han de ser eléctricas y hay que reclamar el cable pertinente a los Ayuntamientos… Mientras la ministra Pajín, se muestra inflexible frente a la presencia del humo en los escenarios pese a que elijan hierbas alternativas e inocuas que no se puede decir con certeza si contravienen la norma, ya hay lugares públicos que, a determinadas horas, cierran las cortinas y permiten que se fume en clandestinidad. Es el precio de las prohibiciones.
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