Crítica

Moderno neoclasicismo

Temporada del Real«La clemenza di Tito», de Mozart. Yann Beuron, Amanda Majeski, Kate Aldrich, Maria Savastano, Serena Malfi. Director: Thomas Hengelbrock. Teatro Real. Madrid. 14-II-2012. 

Moderno neoclasicismo
Moderno neoclasicismolarazon

Hoy en día nadie duda de que «La clemenza di Tito», última ópera de Mozart, es una partitura de enorme valor, que muestra cómo sobre un libreto inerte se puede edificar una obra humanista y hermosa. La producción se ha quedado levemente obsoleta, pero funciona y hemos degustado sin sustos el noble pentagrama, con un buen valedor en Helgenbrock, quien ha dispuesto una orquesta con cuatro contrabajos de base e introduciendo, esto es clave, algunos instrumentos de época en los vientos: trompas, trompetas, timbales con baqueta pequeña, un «clarinete di bassetto» y un «corno di bassetto», cuya dulce sonoridad ha perfumado, respectivamente, dos de las mejores arias de la obra: «Parto, parto», de Sesto, y «Non più di fiori», de Vitellia. Ambos instrumentos han sido tocados magníficamente por Vicente Alberola.
El director, con una sonoridad a veces un tanto seca y un fraseo bien delineado pero frío, ha conjuntado adecuadamente y acentuado con rigor clásico, bien secundado por orquesta y un sonoro coro. La norteamericana Kate Aldrich, sedosa y, ella sí, cálida, igual, ha hecho un Sesto expresivo, un poco justo en la citada aria. Su compatriota Amanda Majeski, un tanto estridente, con vibrato y graves ahuecados, ha servido una impetuosa Vitellia, en este montaje una auténtica arpía. Tito ha sido Beuron, tenor corto pero oscuro, lo que va bien a la parte. Anda apuradillo en la zona alta, engola de lo lindo y emplea el falsete. Nos ha gustado el timbre lleno, de futura buena mezzo, de Serena Malfi, un Annio fogoso y tierno; como la Servilia de Maria Savastano, ligera y decorosa (y vestida de niña pura). No ha desentonado el Publio de Loconsolo, un bajo con porvenir. Todos ellos se han movido en un espacio escénico que representa un desnudo gran salón del XVIII, época en la que tiene aquí lugar una acción vertida hacia el neoclasicismo, con abundantes detalles simbólicos y estilizado formalismo, lo que queda en buena parte contradicho por el realismo dramático de los actuantes, sus gestos y reacciones, que dirigen hacia un provechoso humanismo la rigidez de los planteamientos musicales y teatrales.