Historia

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La delación

La Razón
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Delatar es acusar, denunciar anónimamente a alguien con el objetivo de causarle un perjuicio. En nuestras sociedades interconectadas, la delación se ejerce cada día con más frecuencia. Wikileaks, por ejemplo, filtra informaciones y documentos que delatan prácticas no siempre afortunadas de gobiernos, iglesias o empresas. La fuente, los delatores, son siempre anónimos. Se esconden. La delación y el anonimato van de la mano, ocultan la cara. Son pareja de hecho y de lecho; de cohecho si se tercia.

La delación es un recurso clásico de sociedades totalitarias o, irónicamente, aisladas. En la Venecia de los dogos existían los «bocche di leone», unos buzones con forma de cabeza de león distribuidos en la fachada del Palacio Ducal que servían para que los «buenos ciudadanos» dejaran sus denuncias anónimas con la seguridad de que serían prontamente atendidas por una suerte de inquisición veneciana.

El anonimato propicia la delación por venganza, resentimiento, ajuste de cuentas…, sin ningún fundamento en muchos casos. Los receptores de las delaciones suelen ser órganos secretos de control policial que nacen como provisorios, para luchar contra las insurrecciones, pero que acaban instalándose como permanentes porque normalmente son bastante eficaces en lo suyo. El soplón es un personaje fundamental de los regímenes policiales y/o criminales. Stalin en la URSS y Pol Pot en Kampuchea obligaban a los niños a denunciar las actividades contrarrevolucionarias de sus padres.

La corrupción moral que resulta de la denuncia anónima de supuestos «desviacionistas» de las normas impuestas por el poder, es tan tenebrosa como la que Orwell dibuja con maestría en su «1984», novela en la que nos avisa de los riesgos de la «policía del pensamiento» y la «neolengua». En «1984», George Orwell relata la historia de Winston Smith, un personaje que trabaja en el Ministerio de la Verdad y cuya función es «reescribir la historia» para hacerla coincidir con la versión oficial del Estado. Los otros tres ministerios existentes son: el Ministerio del Amor (que se ocupa de los castigos y más que nada de la tortura), el Ministerio de la Paz (rige los asuntos de la Guerra, y focaliza el odio y el miedo colectivos), y el Ministerio de la Abundancia (una especie de Agencia Tributaria encargada de mantener a la mayoría al borde de la subsistencia). Mientras, el Gran Hermano, temible icono de la propaganda oficial, vigila las actividades de la «ciudadanía» que carece de libertad de pensamiento y de derecho a la intimidad aunque sean miembros del Partido Único, bajo cuyas consignas viven, obsesos y alucinados. El resto de la población está formada por grandes masas de ignorantes aterrados por la política que han logrado tener más o menos los mismos derechos que los animales, por lo que pueden darse por satisfechos.

Orwell se inspiró en el nazismo, el estalinismo y la Guerra Civil española para escribir «1984». Su lectura es muy recomendable en estos tiempos en los que nos prohíben fumar (que es malo), a la vez que nos invitan a la delación del desconocido, el vecino o el amigo (lo que es peor).