Estados Unidos

Redimiendo a la CIA

Los norteamericanos no se van a sorprender porque ellos siempre han sabido de qué va esto 

La Razón
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Un clamor de entusiasmo recorre España. Quienes tachaban a Obama de buenista, charlatán y flojo, se rinden ahora a su eficacia letal: ¡Barack dispara a matar, es nuestro hombre! Quienes, por el contrario, elogiaron siempre su condición de reverso de Bush, aplauden ahora que haya «hecho justicia» (en realidad ha ajustado cuentas) con argumentos propios de Dick Cheney: «en la guerra contra el terror, no cabe cogérsela con papel de fumar». Vaya. Eliminado Ben Laden por las bravas, revientan las costuras de las contradicciones y saltan por la ventana los principios. Le pregunté a una dirigente del PSOE en twitter si consideraba acorde a la legalidad internacional una operación de estas características (comandos militares de Estados Unidos asaltando una vivienda en otro país y eliminando a quienes allí estaban) y me respondió lo siguiente: «el presidente Obama ha utilizado su capacidad legal de intervenir para garantizar la seguridad de los norteamericanos». ¡Ole por él, es Obama! Claro que el presidente actúa conforme a la legalidad de su país, pero eso no supone que una operación ordenada por él sea legal allí donde se produce. Con semejante argumento, Bush era un garantista de tomo y lomo. He escuchado a muchos comentaristas explicar que ésta era una «acción de guerra» contra Ben Laden y que, como tal, está autorizada por el Congreso de los Estados Unidos. ¿Cabe, entonces, una acción de guerra en un país que no está en guerra (Pakistán)? En opinión de muchos analistas, sí. Está avalada por el Congreso norteamericano. Es cierto, pero conviene, de nuevo, no confundir los ámbitos. Una cosa es lo que diga la ley de los Estados Unidos, y otra que esa ley tenga vigencia fuera. Los norteamericanos no se van a sorprender porque ellos siempre han sabido de qué va esto. La CIA existe para hacer, fuera del territorio nacional, todo aquello que legalmente no se puede hacer. Su razón de ser, su esencia, son las operaciones clandestinas, las operaciones encubiertas. A nadie se le ocurre preguntarse si el trabajo de sus agentes se ajusta a la ley de los países donde se encuentran. Por supuesto que no. Tras la matanza del 11-S, la CIA recibió carta blanca para «detener» (secuestrar) sospechosos en cualquier país, retenerlos (encerrarlos) en cárceles secretas o embarcarlos en vuelos clandestinos para llevarlos a Guantánamo. «Es una guerra», explicaba Cheney, «son prisioneros de un conflicto nuevo que requiere métodos nuevos». Obama censuró las torturas, no los vuelos. No me sorprende que, en Estados Unidos, la sociedad celebre que la CIA y los comandos especiales hayan hecho, con eficacia probada, su trabajo. Me sorprende que algunos de los que aquí criticaron severamente los secuestros y los vuelos secretos abracen ahora con tanto entusiasmo la tesis de que, en la guerra global contra el terror, Estados Unidos decide las reglas. No incluyo al Gobierno Zapatero en la sorpresa porque él siempre dio cobertura –y entorpeció la investigación– de aquellos vuelos.