Conferencia Episcopal
Carísimas comuniones por José María Gil Tamayo
Una de las características de la enseñanza del Papa Benedicto XVI es que sabe aunar con admirable maestría la profundidad y el rigor intelectual del teólogo y profesor universitario con la sencillez y claridad expositiva del pastor y catequista. Se le entiende de maravilla. De ello dan ejemplo su extensa bibliografía teológica –la mayor en un Romano Pontífice en toda la historia– y sus discursos y homilías en las celebraciones litúrgicas y diversos encuentros con los fieles.
Un ejemplo de esto es su alocución el pasado 22 de abril, durante el rezo de la oración mariana pascual del «Regina Caeli», en la que Benedicto XVI no sólo recordaba la doctrina de la presencia real de Cristo en la Eucaristía e invitaba a encontrarse con Él en este admirable sacramento, al igual que los Apóstoles lo hicieron con el Resucitado, sino que también daba instrucciones concretas a los sacerdotes, padres y catequistas sobre la adecuada manera de preparar la Primera Comunión de los más pequeños, exhortándoles a vivir «con gran fervor pero también con sobriedad» esta celebración tan importante de la Iniciación Cristiana.
Participantes ocasionales
Advertir de la importancia esencial de la Eucaristía es siempre necesario, pero lo es más en estas fechas con la clara y oportuna la advertencia del Papa, dado que cada año se asiste en este tiempo pascual, no sin una cierta y hasta resignada impotencia pastoral, a multitud de Comuniones, que son al mismo tiempo carísimas, ya que se ven afectadas por el despilfarro de unos gastos excesivos, así como de una significativa falta de integración posterior en la vida normal de la comunidad cristiana de no pocos de los niños que han accedido a la mesa eucarística y de muchos de sus padres, sólo participantes muy ocasionales cuando no alejados.
Por otro lado, el mencionado y excesivo desembolso económico, además de contradecir el significado religioso de la celebración eucarística y ser un escándalo para los pobres, especialmente en tiempos de crisis económica como los que sufrimos, supone una carga innecesaria a las familias, sobre todo a las menos pudientes, que sólo obedece al mimetismo que provoca la sociedad de consumo, donde hay que demostrar socialmente el bienestar o el estatus social conseguido.
Por desgracia, todo esto está ocurriendo a pesar de, por lo general, cuidados procesos catequéticos, de reiteradas advertencias a los padres en reuniones preparatorias de tan importante acontecimiento religioso, y del generalizado consenso e insatisfacción de todos por tal situación, que nada tiene que ver con la verdadera alegría y fiesta que reclama la recepción por primera vez de la Eucaristía. Lo cierto es también que a pesar de todas las dificultades ambientales, que no son pocas, algo importante debe de estar fallando en la acción educativa y pastoral para que persista esta situación y en la que no se logra remitir sus excesos y conciliarla con el auténtico sentido cristiano de la fiesta que, por supuesto, no excluye el sano esparcimiento y justo adorno.
El remedio no es fácil ni inmediato, pero sí exige entre otras cosas, además de una catequesis integral que incluya a los padres de forma no ocasional, recobrar el buen sentido litúrgico –lleno de dignidad y de naturalidad– en las celebraciones eucarísticas junto con la piedad y el irrenunciable compromiso de amor fraterno a los más necesitados.
No estaría mal que ante las Comuniones hacer un buen examen de conciencia y propósito de la enmienda: una verdadera conversión a Dios y a los más necesitados. Sentido común y cristiano.
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