Francia

Qué es la Constitución por Ramón Sarmiento

La Razón
La RazónLa Razón

Cuando se habla de constituciones, se mira hacia Francia, su cuna. Porque la Revolución Francesa de 1789 puso fin a la doctrina del poder absoluto que sostenía que el jefe de Estado era responsable sólo ante Dios y que, por tanto, sus acciones estaban fuera de toda acción jurídica. Pero, ¿qué es una Constitución? Todo el mundo habla de ella en los periódicos, en las aulas y en los bares. Es ya un tema recurrente en nuestra vida nacional. Y la pregunta es si se trata de una ley más o si existen diferencias. Ambas, la ley y la Constitución, tienen una esencia genérica común. Para regir, una Constitución necesita la promulgación legislativa; es decir, tiene que ser también ley. No obstante, sabemos que no es una ley como otra cualquiera. Entre los dos conceptos no hay sólo afinidad; también hay diferencias. Y éstas convierten la Constitución en algo más que una simple ley. ¿En qué se distingue, pues, una Constitución de una simple ley? A esta pregunta puede responderse, por ejemplo, que la Constitución es la ley fundamental de un país. Fundamental significa que es la base de las demás leyes. Porque, para serlo, la ley fundamental ha de regir e irradiar las leyes ordinarias. Y las cosas que tienen un fundamento no son como son por antojo. Sólo las cosas carentes de un fundamento, que son las casuales y fortuitas, pueden ser de otra manera.

Los planetas, por ejemplo, se mueven de un determinado modo. Su desplazamiento responde a causas gravitatorias necesarias para evitar el cataclismo sideral. En las Constituciones también obra la ley de la necesidad para evitar el cataclismo de la convivencia nacional. Por eso, en cuanto nos tocan la Constitución, alzamos voces de protesta como Juan Ramón: «¡No le toques ya más, que así es la rosa!» ¡Dejad estar la Constitución!