Barcelona
Belmonte torea en Barcelona
Con la prohibición de la fiesta sobre la mesa, el coreógrafo Cesc Gelabert lleva al Lliure su montaje sobre el torero, que ya estrenó en 1988
La danza es un arte que ha profundizado en la lidia para encontrar inspiración en su amplia iconografía. Sara Baras, Salvador Távora, Antonio Canales y el flamenco lo ha explotado, sacándole siempre hasta la última gota de jugo. La danza contemporánea tampoco se ha resistido a jugar con la figura poética del torero y su enfrentamiento contra la bestia. A estas alturas, quién puede dudar de que una verónica es un movimiento que bien podría haber coreografiado el mismísimo Merce Cunningham.
En 1988, Cesc Gelabert, junto a Lidia Azzopardi, su pareja, decidió convertir en danza la figura de una de las leyendas del toreo, Juan Belmonte, revolucionario de un arte mayúsculo, uno de los mitos taurinos de todos los tiempos por su particular manera de entender el enfrentamiento ante el toro. Con música de Carles Santos y escenografía que firma el pintor Frederic Amat, el resultado dejó una huella profunda cuando subió a la escena del Mercat de les Flors. En aquella ocasión, cuando se pudo ver por primera vez el 18 de noviembre de 1988, el público quedó sorprendido ante un Belmonte que parecía más negro que oro. Poco antes del estreno, cuando le preguntaban a Gelabert el porqué de hacer danza de la tauromaquia, contestaba que siempre le habían gustado los toros y que no se podía ocultar la relación que la fiesta siempre ha mantenido con danza.
Instinto y razón
Veintidós años después el Teatre Lliure ha decidido recuperar este montaje para que vuelva a subir al escenario el próximo 16 de septiembre. «Me interesaba indagar en una faceta clave de la tauromaquia, esa lucha entre instinto y razón, entre la vida y la muerte», asegura Gelabert a LA RAZÓN en tono relajado. El montaje forma parte del festival Dansalona, y sirve para conmemorar el 30 aniversario de la compañía Gelabert-Azzopardi. Mientras está en la primera línea de debate la polémica prohibición de los toros en Cataluña, la recuperación de esta pieza parece ahora más oportuna que nunca. Así lo explica el coreógrafo: «Hace más de un año que Àlex Rigola, director del Lliure, nos pidió el montaje para conmemorar nuestro aniversario. Es un espectáculo muy festivo y nos pareció perfecto, pero no tiene nada que ver con la polémica», afirma Gelabert.
La obra nació de la fascinación de Gelabert por una figura de gigante como la de Juan Belmonte, a quien define de una manera clara y certera: «Fue como la Martha Graham de los toros. Un hombre capaz de cambiar las medidas, las distancias y las formas a partir de su instinto, de su puro instinto. Luchó toda su vida por convertirse en un intelectual. Siempre viajaba con una maleta repleta de libros. Y acabó por suicidarse. Es un personaje muy pasional, muy mediterráneo. Para bailar has de ponerte en contacto con el animal que llevas dentro, y él lo hizo durante toda su vida, de ahí el interés que despertó en mí como para montar una pieza sobre su figura», explica Gelabert.
El coreógrafo reconoce que vivió tiempo atrás una época muy afín a la fiesta, pero con los años ha dejado de asistir a los festejos taurinos y de visitar las plazas y los tendidos por el respeto que le merecen los animales: «Se trata de una herencia cultural de enorme importancia, un patrimonio que forma parte de nuestra cultura, de eso no me cabe la menor duda, pero creo que debemos replantearnos nuestra relación con los animales. No sólo con los toros, sino con todos. Yo no hubiese prohibido la fiesta, ni para nada le hubiese dado ese tinte político, pero fue un proceso democrático y hay que respetar la decisión», comenta el bailarín.
Después de treinta años de luchar por sacar adelante su compañía considera «un pequeño milagro» que todavía pueda sobrevivir, sobre todo en tiempos tan precarios como los que estamos viviendo. Acaba de regresar de Japón y su nombre es uno de los más celebrados a nivel internacional. Aun así, no es fácil vivir de la danza: «Las decepciones, los problemas, las dificultades se superan con el deseo y la ilusión con que trabajamos, pero ha habido bastantes veces que hemos estado a punto de tirar la toalla y abandonar porque no compensaba», comenta Gelabert. En este sentido, aunque afirma que se ha mejorado mucho desde los años 80, todavía queda mucho camino por recorrer para consolidar la danza en España: «En cultura, es muy difícil crear y muy fácil destruir. Mi gran frustración es no haber podido influir y tener la fuerza suficiente para integrar la danza tanto en la educación básica como en la universitaria», afirma.
Una segunda juventud
Aunque dice que estar al frente de una compañía resulta una tarea agotadora y que está cansado del trabajo empresarial, desde el punto de vista creativo manifiesta que esta viviendo una segunda juventud, llena de proyectos e ideas que desarrollar: «No considero la danza como algo para mí, sino como un servicio a la sociedad. Me obsesiona darle más visibilidad, que se entienda que tiene las mismas ventajas físicas que cualquier deporte, pero que, además, añade aspectos emocionales y de relación con los demás que deberían ser atractivos para todo el mundo», explica Cesc Gelabert quein ha contado en «Belmonte» la historia de un torero que se enfrentaba a la muerte en la plaza, pero que en su vejez se quitó la vida por culpa de una fuerte y amarga depresión, hecho que no hizo más que agigantar un mito que permanece en el tiempo.
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