Plasencia

Un golpe de realidad

La corrida que trajo Román Sorando a Madrid se fue tal cual vino. Íntegra para atrás. Baile de corrales. Revuelo en los alrededores y varios camiones cargados de bravura, o buenas intenciones, que en esto nunca se sabe esperando por si acaso. Volvían las figuras y los toreros de Curro Vázquez.

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Al final la corrida de El Torreón remendó el entuerto y salieron al ruedo toros serios, despampanantes de cara algunos y también de poco juego. Volvimos a la realidad casi olvidada en esta feria. La realidad de que el toro dispone, se descompone la tarde, se disipa el entretenimiento y ocurre, como suele ocurrir, sobre todo en esta plaza que reina la nada. La debacle, quizá no tanto. Entre la expectación, a punto estuvimos de llevarnos el susto. De tragedia podía haber sido. "Fiestero"era el nombre del toro. Quinto de la tarde. Grandón, con dos buenos pitones. Se disponía esta vez Curro Javier a poner banderillas y al salir de la suerte apretó el toro para dentro. Tanto que tuvo que saltar las tablas cuando parecía increíble que se salvara.

Como es torero bueno, y de raza, le aguantó en el siguiente par y la ovación fue para desmonterarse. Intuíamos que a Manzanares, en el último toro de la feria, no le quedaba por delante un plato dulce. No humilló el toro, problema banal, peor era la radiografía que se paraba a hacer antes de entrar. Fijo en el torero y muy parado. No había premio a cambio. Manzanares, con tres orejas en Madrid, lo intentó y se fue a por la espada. Rápido y hábil, como si fuera fácil. Tampoco se lo puso en bandeja sobrero de Carmen Segovia a la cuadrilla estrella. El toro iba y venía justo de motor. En la búsqueda de Manzanares no acabó de levantar el vuelo.

Sacaron a saludar a Juan Mora nada más romper el paseíllo. Madrid no olvida. Anduvo breve el de Plasencia y medido con el cuarto, imponente toro, de gran caja, altura y rebrincada embestida. Airoso con la capa Juan Mora comenzó la faena con sabor. Apenas tres o cuatro tandas, por naturales y derechazos, limpios, en la verticalidad, con personalidad. Cuando el toro dejó en media la arrancada, montó la espada que llevaba consigo desde el principio y prendió una estocada más que suficiente para acabar con dignidad su tarde. Más mirón y sin ninguna entrega le había salido el primero. Se justificó y no nos hizo perder el tiempo.

Cayetano se llevó las dos caras de la moneda. El tercero tenía las fuerzas en el límite, pero nobleza para acudir sin exigencias. La faena no contuvo genialidades. Era su única tarde, su primera vez en el abono de San Isidro desde que se aventuró en los ruedos. Plano, lineal y más por fuera de lo conveniente. El sexto tenía veneno, rebañaba en la embestida. Tan ligero de cuello que en ocasiones no llegaba ni a embarcar el viaje. Se quiso poner por uno y otro pitón, pero ahí no había faena. Ésa era de hule o tirar de oficio. Le metió la mano, se acabó la tarde, su última tarde. Se fue de Madrid sin puntuar. Y este año el cetro está disputado.

Las Ventas (Madrid). Decimoquinta de San Isidro. Se lidiaron toros de El Torreón, y un sobrero (2º) de Carmen Segovia. Bien presentados en general, más terciados los primeros. El 1º, mirón y sin entrega, 2º y 3º, manejables y de poco gas. El 4º, rebrincadito; el 5º, mirón y muy parado; el 6º, de malas ideas. Lleno de «no hay billetes». Juan Mora, de azul pavo y oro, estocada (silencio); estocada (saludos). José María Manzanares, de violeta y oro, estocada (silencio); estocada (silencio). Cayetano, de azul pavo y oro, estocada (silencio); estocada (silencio).