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Santa Clara

«Si pudiera me quedaba en Cuba»

«Si pudiera me quedaba en Cuba»
«Si pudiera me quedaba en Cuba»larazon

Once familias cubanas se afanan a estas horas por meter en una avejentada maleta todo su pasado. Cualquiera de nosotros necesitaría 30 baúles para empaquetar un sólo lustro de vida; ellos, no. A estas familias, las de los once disidentes cubanos indultados por el dedo caprichoso de un tirano, les sobra espacio. Como a Mireya, madre de Léster González, quien cargará únicamente con la foto de su boda y una Biblia para dejar atrás 54 años en su casa de Santa Clara, toda su vida. Como Oleivys, la joven esposa de Pablo Pacheco, condenado a 20 años de cárcel por saborear la sensación de decir lo que se piensa, por sentir una libertad que algunos en España [quién sabe si su destierro de por vida] creen que es gratis. Oleivys, pentecostalista, se llevará el relato carcelario de su marido y a su hijo Jimmy. Tampoco necesita más que asirse a un hombre con el que no yace desde hace siete años. Hacia atrás no hay más que sufrimiento.En cuestión de días, quién sabe si de horas, recibirán una llamada anunciando la liberación de sus maridos, de sus hijos. Con el tiempo justo para abrazarlos cerrarán las puertas de sus casas sin saber si algún día volverán a entrar en ellas y volarán 7.500 kilómetros hasta llegar a España, su destierro. Entretanto, una tensa espera sin ningún tipo de información más allá de la escasa que puede facilitarles este diario y con la advertencia de que, tratándose de Cuba, todo debe quedar en cuarentena. Una incertidumbre que les rompe los nervios y que anestesian imaginando un futuro de esperanza en la Madre Patria. En todos ellos la misma queja: «No ha habido más opción que marcharse a España», admite Mireya de la Caridad, de 54 años, madre de Léster González. Aunque el régimen cubano y el Gobierno español han pasado de puntillas sobre este asunto, la presunta liberación no es más que un exilio forzoso. ¿Qué sienten al verse obligados a dejar su tierra? «Imagínese, ésta es mi patria. La amo, pero si tengo que irme al otro lado del mundo para ser libre... me voy y me llevo a toda mi familia». «Nos quedaríamos si pudiéramos. Llevo toda la vida viviendo en esta casa, pero por mi hijo hago lo que sea», añade Moralinda, madre de José Luis García Paneque, entre la nostalgia y la esperanza. «Me da un poco de pena dejar mi Cuba, pero somos un pueblo emprendedor y valiente. Saldremos adelante con la ayuda de Dios y de ustedes. Que Dios los bendiga», explica Oleivys. Los once primeros afortunados de los 52 que presuntamente liberará la dictadura de los Castro tras el acuerdo con la Iglesia católica, cargarán también con la preocupación de sacar a sus familias adelante en un continente nuevo. De criar a sus hijos en una tierra hermana, pero extraña al fin y al cabo. Léster González, padre de dos chicos de tres y cuatro años (Randel y Cristian Roberto), viene con su mujer Yanet, su padre y madre, dos hermanas y un sobrino. García Paneque llegará con su padre (de 74 años), su madre, su hermana y el esposo de esta así como con la niña de ambos, Keily, de apenas unos meses. La esposa de José Luis y sus cuatro hijos (tres chicas de 20, 15 y 12 años) y un varón de 14 salieron hacia EE UU hace tres años. Pablo Pacheco sólo traerá a su mujer y hijo Jimmy, que crecerá en España orgulloso de tener un héroe por padre.¿Cómo han vivido estas familias estos siete años de cárcel?«Al principio fue muy duro –remarca Oleivys–. A Jimmy le tuve que contar una mentira piadosa. Le dije que su padre estaba estudiando fuera porque cuando le íbamos a visitar a la cárcel de Ciego de Ávila [a 7 horas de su casa] le veíamos en una sala con libros. Jimmy tenía cuatro años y no podía decirle la verdad. Cuando lo trasladaron a la cárcel de Morón, nuestro niño empezó a ver las esposas y supo lo que era un preso. Lo descubrió todo y para él fue traumático. Ahora ya entiende que su padre es un héroe. Ahora no duerme pensando que por fin va a tener a su padre y que se va para España», responde Oleivys. «Ha sido un infierno. José Luis estuvo el primer año en el Combinado del Este, a 12 horas de casa. Luego lo trasladaron sin parar. La lejanía era muy grande y él no dejó de enfermar. Parásitos, estrés, una dieta que no podía seguir. Como siempre estuvo tan enfermo no se metían con él. Pero nunca perdí la fe de que algún día viviríamos en libertad», remarca Moralinda.¿Y cómo imaginan su futuro en España estas once familias? «Estoy agradecida a la Iglesia y a España. No sé si reír o llorar. Creo que todo irá bien. No sé lo que deparará el futuro, pero soy optimista. Total lo que teníamos era terrible. Ahora por fin seremos libres», confiesa Mireya.